TYta decía una famosa zarzuela: "los tiempos adelantan que es una barbaridad". ¿A día de hoy, se imagina usted la vida sin teléfono móvil? ¿Cómo hacíamos antes? ¿Cómo resolvíamos esos asuntos tan urgentes que no pueden esperar? ¿Cómo concretábamos las citas? Si se fija usted bien, comprobará que hasta la propia anatomía corporal va evolucionando y adaptándose al nuevo objeto: los jóvenes lo llevan en la mano derecha de una forma natural, como si de una prolongación de la propia mano se tratara. Eso sí, lo enseñan un poquito, para que se vea, porque la marca, modelo y prestaciones del aparato en cuestión se han convertido en un signo de distinción social. Incluso, en algunos grupos presumen del número de contactos o de mensajes recibidos con ocasión de alguna efeméride. Sea como fuere, hemos aprendido a ejecutar todo tipo de tareas sin perder de vista este artefacto diabólico.

Es más, cuando transcurre un tiempo prudencial y no nos da ningún aviso lo miramos insistentemente como si su inactividad fuera un síntoma inequívoco de emergencia o peligro. De esta manera, el inefable objeto irrumpe en las reuniones familiares, en las comidas de amigos o en los conciertos musicales afirmando su posición en el orden de prioridades cotidianas. Así, lo utilizamos sin ningún pudor para distraer a los niños en los viajes, o cuando se ponen pesados y hacen demasiadas preguntas e incluso ocupa un papel principal en el excusado, donde antes nos afanábamos en revistas y libros.

Todo esto ha supuesto que las relaciones sociales se hayan adaptado a los tiempos dando cabida a nuevas situaciones. Por ejemplo, si usted sale a cenar un viernes cualquiera con sus amigos, elegirá un restaurante discreto en el que poder conversar tranquilamente.

Algunos de sus acompañantes, nada más sentarse, pondrán el teléfono encima de la mesa, en el lugar que antes ocupaba el pan y, de vez en cuando, como un acto natural, lo mirarán, especialmente cuando se produzca ese breve momento de silencio reflexivo que antes resolvía el más valiente o el más chistoso. Y usted, prevenido, aprovechará esa pequeña distracción y les servirá un poco más de vino, mientras comienza un nuevo asunto que le parezca interesante.