Mi familia está patas arriba. Mi hija de 15 años no piensa en otra cosa que no sea la ropa, horarios y los medios de locomoción necesarios para aprovechar la feria hasta el último segundo. Y la pequeña, que tiene 9, quiere pactar conmigo el número de atracciones en las que puede montar cada día; aunque, eso sí, me asegura que tendremos en cuenta el precio para decidir.

De manera que, entre una y otra, nos han organizado todo el fin de semana sin darnos opción a oponer mucha resistencia. Así que, después de haber hecho planes durante mucho tiempo para disfrutar de este pequeño puente festivo, me temo que tendremos que dejarlo para mejor ocasión. Durante las negociaciones, cortas e infructuosas, le expliqué a mi hija adolescente lo que era la feria. Le hablé de lo ridículo que era bailar música pachanguera dentro de casetas de cartón mal ventiladas; le conté que los vasos de plástico no pueden lavarse en los lavavajillas; le hice reflexionar acerca del perjuicio que suponía para los oídos un volumen de música tan insoportable; incluso discutimos sobre el grado de machismo que implica que unas chicas peculiarmente vestidas, chicas que tienen padre y madre y hermanos, se suban encima de la barra para bailar y atraer clientes.

En vano, oiga; la única afirmación que me concedió fue un sospechoso y rítmico ¡sí papá, sí papá!, menos tranquilizador que cualquier otra respuesta. No sé qué pensará usted, pero a mí me parece que cuando determinadas batallas están destinadas al fracaso, lo más práctico es negociar un armisticio ventajoso que incluya, por ejemplo, horas de llevada y recogida y asignación dineraria. Y en esas andábamos cuando hizo la dichosa pregunta: pero papá, ¿es que tú no piensas ir? Bueno, le dije, esto- ya sabes hija, tengo que ir un mediodía con los compañeros de trabajo porque es la costumbre, he quedado con los amigos para comer allí otro día y, seguramente, no voy a poder evitarlo, tendremos una tarde con hermanos y sobrinos para que los niños puedan disfrutar de los cacharritos.

Evitaré darle detalles acerca de la expresión de su mirada mientras escuchaba mi respuesta porque estoy seguro de que puede usted imaginarla, pero lo cierto es que después de regalarme un irónico ¡desde luego papá-!, se levantó, me dio un beso y mientras mandaba algún mensaje con su teléfono (sólo ellas saben hacer dos cosas a la vez ya desde pequeñas) me dijo: bueno, ya hablaremos ¿eh?