Mañana se celebra la fiesta de Todos los Santos. Ya en tiempos pretéritos los cristianos tenían una jornada dentro del periodo pascual en la que recordaban a todos los santos, pero en el siglo VIII el Papa Gregorio III fijó esta fiesta el 1 de noviembre, seguramente para contrarrestar la fuerza que en estos días del otoño tenían los festejos de origen pagano que había en torno a los muertos. Es sabido que al día siguiente recordamos a todos los difuntos, aunque el ir y venir al cementerio comienza antes. En estas fechas desaparecen los nombres propios y la Iglesia pone de manifiesto la comunión de los santos.

Tradicionalmente, a estos motivos religiosos se le añadía algo parecido a una romería de otoño conocida por diversos nombres según los lugares en los que se celebra: chaquetía, borrajá, calbote, o simplemente ir a asar las castañas. Quizá sea una costumbre que también nos remite a las romerías de la pascua florida, cuando originariamente se festejaban los santos. Pero, poco a poco, han ido entrando aquí las costumbres estadounidenses relacionadas con Halloween y podemos ver calabazas iluminadas y disfraces de zombis, dráculas y otros monstruos que el cine, la televisión y los intereses comerciales han introducido en la mente de los más jóvenes.

Halloween no es más que la contracción de All Hallows’ Eve (víspera de Todos los Santos). También dicen que todos los festejos que llevan este nombre y presentan un colorido carnavalesco parecen venir de los pueblos celtas y que poseen un trasfondo mágico-religioso relacionado con el culto a los muertos muy extendido antes del cristianismo. De hecho, se pensaba que en esa noche los espíritus volvían a visitar las casas de sus familiares, y para que los espíritus no les perturbasen, los aldeanos debían poner una vela en la ventana por cada difunto que hubiese en la familia. H