En el aula de música del colegio Gabriel y Galán, el único de la barriada de Aldea Moret con 200 alumnos de tres a 12 años, suenan los cajones que tocan a media mañana el profesor Angel Domínguez y los niños de su clase, la mayoría de etnia gitana. Hay dos que le acompañan al cante con un oficio que, a buen seguro, les serviría para subirse a un escenario cuando se lo propusieran.

Es la mejor imagen de la labor educativa que realizan a diario 23 docentes en uno de los centros situados a pocos metros del bloque C de la calle Ródano que, destrozado y tapiado, es el peor ejemplo de un barrio donde el colegio transmite vida y compañerismo. "Pido las cosas por favor y doy siempre las gracias", recomiendan a la entrada en uno de los carteles del "código de cortesía" elaborado por un centro que ha ido perdiendo alumnos del barrio que, a pesar de vivir en la misma zona, han optado por marcharse a otros colegios del centro.

Sentados en la biblioteca, cinco profesores reflexionan sobre la visión que tenían del barrio antes de incorporarse a su destino. "Antes me daba mucho miedo y ahora vengo con tranquilidad", afirma Conchi Sánchez, la pedagoga que se encarga de trabajar con niños que tienen dificultades de aprendizaje. Ya lleva tres años en el colegio Gabriel y Galán y no tiene intención de marcharse, igual que Esther Luis, que enseña inglés: "Ni siquiera sabía dónde estaba. Vine a ver qué me encontraba porque decían que este barrio era de lo peorcito pero, después de siete cursos, estoy muy contenta aunque los primeros meses fueron duros". Dice esta profesora que la experiencia en el Gabriel y Galán le está valiendo "para sentirse realizada como profesional", aunque señala que a los alumnos les falta apoyo en casa para continuar con las tareas.

Ana María Peromingo, jefa de estudios, es la docente que se encarga de tratar con padres e hijos. Ejercía en Mérida y pidió plaza a Cáceres. Tras siete años, ya no se quiere marchar del centro aunque ha tenido posibilidades de solicitar un traslado. "El día que vine a conocer el colegio vi que los niños eran cariñosísimos. Sabía a lo que me enfrentaba porque es un colegio diferente. Hay que trabajar más con ellos", precisa esta docente que, como el resto de la plantilla, demuestran un nivel de compromiso e implicación admirables.

De los más pequeños en educación Infantil se encarga Marienci Agúndez. Llegó de Holguera, vive en Los Fratres y cada día cruza el puente de Aldea Moret para venir al colegio. Tampoco sabía qué se iba a encontrar, pero tuvo claro que quería apostar por el Gabriel y Galán. "Se nota muchísimo que están más protegidos por las familias", subraya la profesora, que se planteó como "un reto" esta etapa que dura ya dos años en la barriada. "Tengo 19 alumnos y a la última reunión vinieron tres padres. En otros colegios van todos. Aquí, o lo haces tú y no lo puede hacer nadie", subraya la docente, que no quiere moverse del colegio por la unión en el claustro.

Una función fundamental

Del papel del centro en la vida del barrio, coinciden en que "es un elemento fundamental para que saliera del pozo en el que está metido" y proponen que sería muy importante disponer de una escuela de padres para lograr objetivos, no solo a nivel escolar sino también social. "Los niños son la semilla. Irán pensando cuanto más les eduquemos", añaden.

Los docentes tienen claro que la mejor herramienta a la que pueden recurrir para afrontar su tarea diaria es la inteligencia emocional, el campo de las emociones aplicado a la agresividad, la autoestima o el autocontrol. "Más que prepararmos a nivel académico lo hacemos en el emocional", explica la pedagoga, que reconoce que han ido aprendido sobre la marcha las claves de la cultura gitana.

Sin conflictividad

Cuando se les pregunta por los tópicos que habría que desterrar de Aldea Moret, la profesora de inglés afirma que "una cosa es el barrio y otra el colegio" y remarca que se trata de un colegio "normal donde no hay niños conflictivos desde el punto de vista del comportamiento y la disciplina", aunque insiste en que hay que trabajar mucho con ellos porque las clases no tienen continuación en casa.

De todos los momentos vividos en las aulas, unos se quedan con las caras de "entusiasmo" que les ven a diario o la espontaneidad que despliegan los niños. La jefa de estudios, por ejemplo, insiste en "el cariño" que ha encontrado en ellos y al director no se olvidará nunca cómo al principio los padres querían invitarle a casa para regalarle melones, tomates o sandías como una demostración de afecto.

En el Gabriel y Galán no suena el timbre para los cambios de clase. En su lugar, lo hace la música de Erase una vez el hombre a través de los altavoces de los pasillos. Otro detalle más de la labor de un colegio que demuestra que también se puede contribuir a la mejora del barrio desde la educación, haciendo bien su trabajo.