Volver la vista atrás es una cosa y marchar atrás, otra muy distinta. Hace tiempo que el mundo cambió su rotación. Avanzamos a pasos agigantados en tecnología, o medicina, y, sorprendentemente, al mismo ritmo retrocedemos en otras materias básicas. Nadie asume la culpa y nuestros mayores son los que amortiguan el golpe, acogiendo a aquellos hijos que una vez emprendieron el vuelo, y ahora regresan con las alas rotas.

Fuimos pájaros y nos convirtieron en la generación cangrejo, la que retrocede en derechos, la que sobrevive anulando objetivos, y la que no puede planificar un futuro por verse anclado en un presente abocado a empeorar. Una generación desahuciada de su propia vida, sin posibilidad de formar una familia, sin estabilidad, sin derechos, y con un currículum repleto de contratos precarios. Una generación preparada y emprendedora, pero cansada de golpearse una y otra vez contra el muro de la burocracia. Una generación obligada a colgar el cartel de «liquidación total», porque sí, nos liquidan: nos liquidan los mismos que un día nos prometieron un futuro, los que nos desearon un «feliz vuelo», mientras nos cobraban el pasaje a precio de oro. Pidieron experiencia, y cuando la obtuvimos pidieron nuevas titulaciones aún por renombrar. Hicimos carreras, másters e hipotecamos nuestra educación para acumular títulos bajo un brazo y deudas bajo el otro. Tres idiomas, veinte titulaciones y cien contratos firmados en servilletas de papel, porque éramos polivalentes, pero -al parecer- no éramos válidos. ¿Recuerdan cuando nos vendieron como jasp, jóvenes aunque sobradamente preparados? Nos convirtieron en productos de teletienda, en el 2x1 del mercado, y cedimos en derechos para ganar en oportunidades.

Y sí, nos fuimos transformando en cangrejos, dando pasos hacia atrás, echando por tierra todo aquello por lo que lucharon nuestros antepasados; obligados a aceptar unas condiciones que distaban mucho de lo pactado, y conformando una generación sin transporte ni con un destino fijo, aunque con las maletas siempre hechas; una generación sin voz, ni voto, y ahora ni siquiera gobierno. Eso sí, cangrejos que con cada paso atrás ven endurecer la coraza que tienen, y no dejan jamás de afilar sus tenazas, debido a que bien se sabe: «El dragón inmóvil en las aguas profundas se convierte en presa de los cangrejos».