TEtl pasado domingo me di un paseo por el complejo deportivo del Cuartillo confiado en pasar una agradable mañana. Me equivoqué. Estuve paseando por un basurero. El día 1 se habían concentrado allí millares de personas para celebrar un botellón y habían dejado sus huellas. La suciedad era impresionante y vergonzante. Latas, bolsas, restos de comida, papeles, botellas. Los tres contenedores que se habían colocado solamente recogieron un par de latas y una bolsa. No sabemos si había vigilancia, si era suficiente o si nadie se preocupó del asunto pese a que el hecho sucede al parecer todos los "puentes". Y sin embargo los celebrantes son personas que a lo largo de su vida, desde los años de preescolar, por primera vez en la historia educativa, han recibido mucha información sobre la necesidad de cuidar el medio ambiente e incluso habrán participado en campañas de concienciación, se lo han recordado frecuentemente en los medios de comunicación, en los anuncios callejeros y, en algunas ocasiones, en sus propias familias. Al parecer no es suficiente. Hasta ahora se les consiente todo y nos conformamos con limpiar sus basuras pese al dineral que nos cuestan y el daño que causan. Pero como con las cosas del medio ambiente y de los bienes urbanos no se puede jugar, una vez fracasada la educación será necesario tomar otras medidas. Y esas medidas no son otras que el castigo. Bien sea un castigo restitutorio, es decir, obligarles a limpiar los recintos ensuciados, bien sean multas disuasorias. A uno le entran ganas de llorar cuando lee que hay una serie de prohibiciones municipales que se saldan con multas. ¿Nos pueden decir cuantas multas se han puesto el último año por orinar en la calle? Y sin embargo muchas paredes amanecen con señales inequívocas pues toda la ciudad es un urinario para muchos e incluso no dudan de dejar sus defecaciones en los portales de las casas con la mayor impunidad. Estamos ante la generación más guarra de la historia.