Desde antiguo, los gremios que regulaban y clasificaban a los trabajadores y profesionales - no esclavos - del mundo laboral, establecieron ciertas categorías que garantizaran la calidad de su trabajo, la solvencia de sus conocimientos y hasta el resultado de sus tareas. Con lo cual, los salarios y estipendios que recibieran de sus clientes estarían más que justificados, y su «valimiento» social quedaba plenamente reconocido entre el vecindario. Ya el Derecho Romano había establecido los «collegia» como garantía de la calidad del trabajo, y en la actualidad siguen siendo los colegios profesionales como encargados de avalar la calidad e idoneidad de las tareas de sus miembros.

Curiosamente, son los «profesionales» de la Política los que carecen de avales, de pruebas ni categorías, que garanticen la idoneidad de su trabajo: ¡Así nos va!

Lástima que, aquellos que la sociedad les encomienda las tareas más difíciles y delicadas, sean los que menos deben probar su preparación y valía. Incluso, que no tengan una etapa formativa previa en la que se les muestren los caminos que habrán de recorrer o las etapas que deben cumplir para garantizar su labor al frente de la «Res Pública» - de la Nación o de la Patria, como quiera llamársela - con todas las habilidades y técnicas que han hecho de otros dirigentes históricos dignos de memoria y respeto.

Debemos reconocer, no obstante, que hay muchos y buenos «servidores públicos» - en la historia pasada y en la que todavía está por escribir, flotando en el tintero - que han cumplido y cumplen con honestidad y eficacia las funciones sociales, culturales o administrativas que les encomendaron los ciudadanos, cuando fueron candidatos a unas elecciones. O, cuando, una vez ganadas por las «listas» de su partido, se aplicaron a cumplir aquellos puestos y trabajos que la Administración les impuso.

Pero, las últimas secuencias electorales que hemos padecido este año sólo han servido para demostrar que queda mucho por hacer en la «carrera política» de los candidatos. No basta con repetir machaconamente que las listas han sido completadas con «gentes honestas y bien preparadas»; como propalaban los líderes conservadores y «ultras» del llamado «pacto trifálico» del «abrazo de Colón», en la reciente campaña electoral para el 28 A, en la que fueron derrotados. Para los líderes de derechas las «gentes honestas y bien preparadas» eran un tropel de torerillos retirados, banderilleros sin corridas, actores sin decorado, cazadores de oportunidades, marquesas de rancia nobleza y «tránsfugas al pairo»; esperando ser recogidos por algún «corsario» de los que suelen reenganchar a los náufragos de otros «desastres políticos»; de los que ya va habiendo varios en la España democrática.

Para evitar estas situaciones «esperpénticas» - que diría Valle Inclán - yo propondría una solución clínica. Pues los médicos siempre han sido profesionales de confianza, que no dejan nunca sus problemas al socaire del azar - como se hace en la política -; así pues, propondría que cuando se hacen «listas» de candidatos a cargos de responsabilidad política o institucional se les inscriba previamente en «cursos del P.I.R.» - como hacen los sanitarios con el M.I.R. : «Médicos Internos Residentes» para la adquisición de una experiencia imprescindible -. Que serían los «cursos» de «Políticos Ineptos Resistentes»; situación muy real actualmente, ya que la ineptitud de muchos de ellos, y su negativa a dimitir, cuando han demostrado su ineficacia y su notable ignorancia, son cualidades muy destacadas en este tipo de personas.

Quizá debamos felicitarnos en el caso de las Elecciones Generales del 28 A, que los más notables P.I.R. fueran rechazados por los electores; que decidieron asentar sus votos sobre las candidaturas más firmes, procedentes del «centro» izquierda. Ya con larga experiencia.