Vivienda y trabajo

Antonio Molina, por ejemplo, reside en un bloque de la controvertida calle Ródano. La escalera de su edificio carece luz y él ha tenido que ingeniar una conexión desde su casa hasta el descansillo para, al menos, no salir a ciegas. "Son muchos los gitanos que han intentado buscar otro lugar donde vivir, alquilando o comprando, pero se han dado casos verídicos de racismo. Alguno ha pretendido comprar una casa utilizando a un payo de intermediario, pero cuando se enteraron que era finalmente para un gitano, no se la quisieron vender".

El trabajo es otro problema. El 90% de la comunidad gitana quisiera trabajar en algo que no fuera la venta ambulante. "No permite ingresos constantes ni suficientes para asumir el pago de hipotecas. Se gastan el dinero en furgonetas, que son su herramienta de trabajo", explica una de las responsables de minorías étnicas del IMAS.

El programa Acceder ha abierto un camino. Ahora, hay gitanos jardineros, mediadores sociales, albañiles, auxiliares de ayuda a domicilio, dependientas... Pero todavía son los menos. Jesús Molina, hermano de Antonio, está entre ellos. Desde hace siete meses trabaja para Excavaciones Teodoro Pablo García, aunque lleva años en la construcción. Cuando se le acaban los contratos y no encuentra empleo, vuelve a la venta ambulante. "Prefiero la construcción. Es un sueldo seguro", dice. Reconoce que como él, son muchos los que quisieran dejar la venta ambulante "pero hay mucho racismo y no los contratan".

Está casado hace 13 años con una paya a la que, dice, ayuda en casa "siempre que puedo, porque eso del machismo no va conmigo". A su familia le costó asumir esa boda interracial "hasta que fueron conociéndola y comprendiendo que la quería".

Hoy, el matrimonio tiene tres hijos: un adolescente que estudia en el instituto García Téllez, una niña de 11 años y otro chico de 7. "Me encantaría que siguieran estudiando, ya que yo no pude hacerlo", apunta. También desea salir de Aldea Moret. "Si pudiera, viviría en otro sitio pero, con tres hijos, un sueldo no da para más". Su mujer está buscando trabajo y esperan que tenga suerte.

El acceso de las mujeres al mundo laboral en el entorno gitano es también una realidad que cada vez adquiere mayores dimensiones. "La identidad de nuestro pueblo --declara Molina-- tiene que ver con valores como el respeto a los mayores, el honor de la familia, la virginidad de la mujer antes del matrimonio..., pero el sexismo se va erradicando y machistas no sólo hay en la comunidad gitana. Cada vez hay más mujeres en los programas de acceso al trabajo".

Carolina Fernández Heredia, una gitana menuda de 28 años, disfruta de esa conquista de libertad femenina conseguida en el terreno laboral, aunque anhela ir más allá en lo cotidiano. "Poder salir más con las amigas, entrar en un café... Los hombres no se quedan con los críos y todavía tienen que evolucionar más", reconoce.

Lleva un año como auxiliar de ayuda a domicilio para la empresa Cruz Verde. Varios días por semana acude a dos casas para atender a ancianos, por lo que recibe un sueldo de 240 euros. "No es mucho, pero es una ayuda", sostiene.

Su marido es vendedor ambulante y tienen tres hijos. También residen en Aldea Moret. Del barrio dice que es "difícil", porque de todo lo que ocurre culpan a los gitanos. "Nosotros, al menos la mayoría, trabajamos para sacar adelante a nuestras familias como el que más, pero tenemos menos oportunidades porque el racismo existe y nos ven como vagos".

No son muchos los empresarios que están por la labor de contratar a gitanos. Molina asegura que prevalecen "los estereotipos", pero, concluye: "Somos cacereños, hemos nacido aquí y nos duele que nos rechacen".