Carmen Vargas es gitana. En realidad, mixta : hija de gitano y paya. "Me quedo con lo mejor de las dos partes", confiesa. Quizás por eso se considera más afortunada que la mayoría: "Jamás he sentido discriminación. Lo único --explica--, cuando salgo de compras con mi prima, a veces notamos los ojos de las dependientas siguiéndonos por toda la tienda esperando que robemos. Después, quienes les roban son payas".

Su caso y el de otro puñado de gitanos de Cáceres son todavía excepcionales. Ellos han conseguido normalizar su condición de ciudadanos lejos de estereotipos. Carolina Fernández es auxiliar de ayuda a domicilio. Jesús Molina excava zanjas para una constructora. Antonio Salazar estudia Derecho. Antonio Molina, vendedor ambulante, se ha ganado el respeto de payos y gitanos por su trabajo en organizaciones romanís... No son los únicos, pero tampoco la mayoría.

Ser gitano en Cáceres "no es fácil, como en ningún sitio", reconoce Antonio Molina. Todavía es una comunidad invisible para una sociedad que no reconoce su identidad.

El Congreso de los Diputados aprobó en septiembre pasado una proposición no de ley para instar al Gobierno a reconocer esa identidad y a difundir su cultura, lengua e historia. No en vano, los gitanos son el grupo étnico que genera más rechazo social en España, según el informe Las dos caras de la emigración , auspiciado por el Ministerio de Asuntos Sociales.

Ese es un indicador de porqué aún son necesarias campañas contra la discriminación como la que se presentó en Cáceres la semana pasada: Tus prejuicios son las voces de otros , que reivindica conocer antes de juzgar .

Carmen Vargas, por ejemplo, pasaría por una joven más. Es guapa, se diría que heredera de la belleza gitana, pero viendo a su madre paya, con la que comparte mucho parecido, es imposible precisar el origen de sus rasgos. Tiene 21 años, viste a la moda, sus amigos son payos y trabaja de dependienta en una tintorería desde hace dos años. También tiene carné de conducir, coche propio --¿sería esto relevante si no fuera casi gitana?-- y engrosa la lista de 4.000 peticionarios de viviendas de 60.000 euros que promueve la Junta de Extremadura.

"En cuanto tenga el piso y lo amueble, me caso", anuncia con emoción. Su novio desde hace cuatro años es payo. ¿Qué ocurrió cuando los padres de él supieron que era medio gitana? "Su madre nos dijo: "¿Y qué pasa?", responde. "No he tenido ningún problema con mis suegros; me quieren muchísimo".

Eso sí, en cuestiones de matrimonio y familia, a Carmen Vargas le puede su lado gitano: "Respeto la tradición gitana sobre las mujeres de cara al matrimonio, no porque me lo impongan, sino porque me gusta", aclara. La joven sostiene que, en general, tiene una mentalidad "muy abierta". "Estar entre ambas razas me permite coger lo que me gusta de cada una --añade--. De la gitana me quedo con el calor de la familia y alguna de sus tradiciones".

El azar también quiso que ella viniera al mundo en una de las pocas familias gitanas que residen fuera de Aldea Moret. En este barrio cacereño reside la gran mayoría de la población gitana. Cáceres cuenta actualmente con unas 800 familias de esta etnia, casi 4.000 personas, según datos del Instituto Municipal de Asuntos Sociales. Que el núcleo más numeroso habite en Aldea Moret no es casualidad, sino resultado de las políticas de realojo llevadas a cabo hace dos décadas para erradicar el chabolismo del Carrucho, el Junquillo (de allí llegó la familia Molina) y del Refugio.

Carmen Vargas se crió en la barriada de Espíritu Santo, estudió en el colegio Donoso Cortés y, después, en el instituto Norba Caesarina. Su currículum llega hasta el graduado escolar, aunque se completa con el título de mecanografía, el de manipulador de alimentos y alguno más.

Integración laboral

Trabaja gracias al programa Acceder , promovido por la Fundación Secretariado Gitano y la concejalía de Asuntos Sociales para la integración laboral de esta comunidad. Ella no pregona que es gitana, pero tampoco lo oculta. "Estoy muy orgullosa de serlo".

Muchos clientes se sorprenden cuando lo descubren. "¿Tu eres gitana?", me preguntan. Yo les contesto: "¿Cambia eso algo?". No todos los gitanos somos malos o traficantes o ladrones. La gente no se convence de eso, pero creo que irá progresando", dice esperanzada.

Puede que Azahara Molina madure cuando ese progreso sea una realidad. Ahora sólo tiene 6 años, una melena larga que peina coquetamente y sueños infantiles de ser algún día abogada. O Ismael, su hermano de 12 años, que estudia 1º de la ESO y sigue al Real Madrid. O Vanessa, la hermana mayor, de 16 años, que dejó el instituto y que ahora se ha reenganchado para intentar sacarse el graduado escolar.

El padre de los tres, Antonio Molina, intenta hacerles ver que "los estudios son lo más importante". Pero, añade, "no siempre es fácil y menos en estos barrios chabolas ". La familia Molina sí vive en Aldea Moret.

El es vendedor ambulante. Lo mismo está en Ciudad Real para comprar 5.000 kilos de melones, que en Huelva para cargar fresas y venderlas con su mujer en el mercado o en puestos de carretera. "Yo no quiero lo mismo para mis hijos", confiesa. Desde la Asociación Conciencia Gitana o la Fundación Secretariado Gitano, Antonio Molina trata de que sus hijos y los del resto de la comunidad gitana tengan más oportunidades.

"El gran problema --dice-- es la vivienda. Mucha gente vivía mejor en las chabolas que en algunos pisos de Aldea Moret. La situación se está yendo de las manos y la culpa es de todos, no de los gitanos". De hecho, también son gitanos los que sufren los perjuicios de quienes no saben vivir en comunidad.

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