Alvaro lleva dos años sin meterse una raya y está feliz. Ya no necesita la cocaína para creer que lo es. "Estoy recuperando el tiempo perdido y la felicidad", asegura por teléfono a este diario. Tiene 30 años, es autónomo, acaba de comprarse una casa con su novia y ya hablan de boda y quizás de hijos. La coca puso en peligro todo eso: la novia, la empresa, la familia y, cómo no, la vida. "En los dos últimos meses consumía entre 8 y 9 gramos al día, unos 600 euros, y les engañaba a todos", confiesa.

Entrar en un programa de desintoxicación, en su caso Proyecto Hombre, le brindó una segunda oportunidad que ha decidido aprovechar. El viernes pasado recibió su graduación como exdrogadicto. Eso significa que lleva dos años limpio .

No fue el único, otros cuatro usuarios del programa pudieron celebrar la culminación con éxito de su rehabilitación en un pequeño acto que organizó Proyecto Hombre con familiares y técnicos para festejar en total tres altas terapéuticas (un año sin drogas) y dos graduaciones (otro año más). "El 70% lo consiguen. A veces recaen, pero vuelven por sí mismos al programa", explica Prado Arias, terapeuta de la fase de acogida e inserción.

Los cinco casos son el vivo ejemplo del nuevo perfil del drogadicto, muy alejado de esa imagen marginal con la que hace unos años se relacionaba al toxicómano. Todos con trabajo, de edades entre los 30 y 37 años, con familias estructuradas pero cocainómanos. Dos de ellos la mezclaban también con heroína. "Empecé con hachís de forma esporádica y en la mili, con 18 años, probé el speed, de ahí a la cocaína", cuenta Alvaro.

¿Y por qué se empieza? "A mí me gustaba --responde--. Me quise comer la vida en dos días y lo que ocurrió es que la vida me comió a mí en seis años". Primero fueron los fines de semana, luego también entre semana. "Que me pasara cualquier cosa durante el día era la excusa para consumir. Vivía la vida de forma negativa e influye la gente con la que te relacionas, pero también es una justificación".

Tensó la cuerda. Tenía dinero porque llevaba su propia empresa de pintura, pero "dinero que entraba, dinero que me gastaba. No pagaba nada", reconoce. "Engañaba a todos, a mi novia, a mi hermana, a mis padres. Ellos me preguntaban y yo lo negaba porque no sabía cómo contárselo. Robar no robé, pero era lo siguiente. El drogadicto tiene que tocar fondo, de trabajo, salud o en la familia, para reconocer que tiene un problema".

Y él lo tocó. Se gastó de una sentada 6.000 euros que había cobrado la empresa por un trabajo y su tío se alarmó. Acorralado, confesó. Se separó de la novia y tomó la "mejor decisión de mi vida": entrar en un programa de rehabilitación, y lo hizo en Proyecto Hombre. "El paso más duro fue tener que decírselo a mi familia".

Camino a la abstinencia

Con apoyo de la familia, su novia --de la que se separó temporalmente pero que le ayudó-- y amigos, superó la primera fase de acogida (15 o 20 días para pasar el síndrome de abstinencia). También los diez meses en la comunidad terapéutica de Plasencia, internado de lunes a viernes pasando en casa los fines de semana, viviendo un proceso de conocimiento de sí mismo y de búsqueda del malestar interior que le llevó a la cocaína. "El problema no está en la sustancia, sino en la persona, en complejos, conflictos no resueltos, timidez... Lo que hacemos es reciclar a las personas", explica Prado Arias.

Y por último, culminó con éxito los seis meses de reinserción que supone la vuelta al mundo y a la normalidad afianzando poco a poco los lazos familiares, laborales..., manteniendo solo consultas tres días por semana con el terapeuta.

Ya graduado, colabora con Proyecto Hombre como cuidador voluntario. No está "orgulloso" de ser un exdrogadicto, pero eso ya no lo puede cambiar y aunque se arrepiente del daño que ha ocasionado a su familia, al menos ahora lo puede contar y quizás servir de ejemplo para que otros no crucen la misma raya.