La escasa sostenibilidad del modo de vida actual demanda un cambio en la actividad y en el uso de las ciudades hasta alcanzar unos niveles aceptables de consumo, unas cantidades de vertidos y, en suma, una calidad ambiental que supere las contradicciones actuales. Recordemos el dato de que entre los meses de enero y agosto hemos consumido recursos y generado residuos que el planeta necesita un año para su regeneración.

Mientras los responsables de la planificación de la ciudad hablan de la automatización de servicios, no explican los parámetros de calidad del aire o del agua que se desean alcanzar con estas actuaciones.

El llamado "modelo de ciudad" tendría que basarse, según lo probado por los expertos en la materia, en una ciudad verde y sostenible, perfectamente definida y puesta en funcionamiento según el modelo de las más avanzadas del Planeta.

Una ciudad sostenible ha de ser compacta para consumir menos suelo y recursos públicos para su mantenimiento; conocida en su organización; eficiente energéticamente favoreciendo el autoconsumo y cohesionada, evitando su segregación espacial por niveles de renta.

De forma esquemática, tiene que favorecer la proximidad para limitar el uso de vehículos, generar áreas heterogéneas y no especializadas por usos para evitar la despoblación a determinadas horas, anteponer la condición de ciudadanos a la de peatones, potenciar el transporte público, convertir las plazas en foros de encuentro, generar nuevos pulmones de zonas verdes, planificar para la autosuficiencia hídrica y energética, primar el uso de materiales locales, facilitar el acceso a la vivienda y la cohesión social, proveer a todas las áreas de los equipamientos y servicios públicos necesarios, etc.

Y todo ello, integrando en el diseño los componentes de viento, geometría solar, sistemas eficientes energéticamente y recursos propios.