La historia del Pedrilla no puede entenderse sin el barrio de San Francisco. Fue allí donde los Pedrilla tenían una casa que era como un palacio por dentro y que disponía de un zonche al que los muchachos acudían a bañarse los veranos. En él vivía Antonio Martín Pedrilla Lancastre-Laboreiro, cónsul de Portugal en España, casado con María Josefa Gómez Díez. Ese chalet lo visitaba con frecuencia Mercedes Calles Martín Pedrilla, prima hermana de Antonio Pedrilla, a la que todos conocían como Meke, que se casó con Carlos Ballestero y cuyo legado gestiona hoy la fundación que lleva sus nombres en la plaza de San Jorge.

En el chalet trabajaban unos porteros maravillosos que habían venido de Portugal. Eran los Pedrilla gente caritativa, que siempre hacían donativos en Nochebuena y ayudaban en lo que podían a los necesitados.

El palacete, de influencia portuguesa, fue diseñado por el arquitecto cacereño José María López Montenegro en los 40 por encargo de la familia Martín Pedrilla, de ascendencia en el país vecino. Lo compró primero el Ministerio del Interior para destinarlo a dependencias militares, pero el inmueble se fue deteriorando, presa del vandalismo, hasta que en los años 90 la diputación, siendo presidente Manuel Veiga y diputada de Cultura Pilar Merchán, decidió adquirirlo para convertirlo en un museo. Abrió en 1995.

Fue Veiga quien promovió las negociaciones para que en su interior se albergara parte de la colección del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, que acudió a la inauguración y que fallecería cuatro años después de su visita a Cáceres. En la puesta de largo estuvieron igualmente presentes el entonces presidente de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, el expresidente de Ecuador Rodrígo Borja y el embajador de Ecuador en España Federico Artea. El edificio dispone además de tres plantas dedicadas a la historia cacereña con donaciones diversas de particulares que dan a conocer los siglos XIX y XX de la historia de Cáceres.

El edificio cuenta desde ayer con un atractivo más, el de la presencia de la efigie de Buda, lo que dota de mayor interés a este lugar que mágico florece en el mágico barrio de San Francisco con estampas inolvidables de la primavera cacereña cuando anochecido las mujeres iban con un burro a Fuente Fría a recoger el agua y allí se contaban los chascarrillos: «Pues dicen que la hija de fulanita está con ese soldado, ¡síííí, ese muchacho que ya le van a dar la licencia...!» , y todas reían a carcajadas. De regreso, se sentaban en el puente y se tiraban hasta las tantas, mientras los niños, enfrascados en sus juegos, corrían sin parar de un lado a otro: subían por Fuente Nueva y volvían por la calle Damas, y así una y otra vez cuando la luna asomaba entre los tejados del Pedrilla, icono de un barrio encantador a los pies de la Ribera.