En estos días se ve que Obama no cuenta con tantos apoyos internos y externos como quisiera para intervenir en Siria. Por su parte, el Papa convocó el día siete a todo el mundo para orar ayunar, rogando a Dios por la paz. También ha pedido a todos los nuncios que tiene en los distintos países que hagan gestiones para dar con soluciones pacíficas a la cuestión siria. La paz siempre es algo muy frágil y no es solo la ausencia de guerra. Es una palabra que resume los anhelos más profundos del ser humano, por eso para los creyentes es un regalo de Dios y a la vez fruto del esfuerzo humano. La paz va unida a la justicia, a la solidaridad, a la tolerancia y al perdón.

Toda injusticia que se comete comporta una forma de violencia, y los que la padecen, a veces, no tienen otro medio para liberarse de ella que recurrir a la violencia. Pero la paz también es obra de la solidaridad, porque las situaciones extremas de dependencia y exclusión, secuelas de las injusticias y fuentes de conflictos, muchas veces no se pueden superar si no es con una solidaridad que, trascendiendo la justicia, se vuelca sobre el débil y se nutre de la compasión.

También muchas guerras tienen el origen en la intransigencia de quienes se creen que están en posesión de la verdad absoluta. La búsqueda de la verdad y la defensa de lo que consideramos nuestra verdad nunca debería conducir a la eliminación del que piensa de otra manera. La historia humana, y lo que es más triste, la misma historia de las religiones, está jalonada de luchas por este motivo. Por eso la paz es también obra de la tolerancia que es lo contrario al fanatismo y al fundamentalismo religioso o ideológico.

Además, como todos podemos cometer errores y generar violencias, el deseo de paz nos debe llevar a una disposición permanente para pedir perdón y saber perdonar a los demás. Trabajar por la paz es buscar la reconciliación entre unos y otros.