Javier Gómez lleva 20 años en la policía local y es uno de los agentes que se ocupa de la vigilancia de la Montaña, un terreno que conoce más que la palma de su mano, no solo por su profesión, también por su afición al ciclismo. Con la bicicleta ha recorrido todos los vericuetos de la sierra cacereña. La providencia quiso que la noche del domingo, que estaba fuera de servicio, subiera de nuevo con su bici a las inmediaciones del santuario y lograra salvar la vida de un joven de 14 años que había caído 10 metros por un escarpado precipicio.

«Al llegar al mirador por el que se divisa el Nuevo Cáceres escuché unos gritos tremendos. ‘Se ha caído un niño, se ha caído un niño’, decían. Entonces vi a la madre y traté de tranquilizarla». Así relata Javier el comienzo de una peripecia que tuvo, afortunadamente, un final feliz.

El agente no dudó un instante y se puso manos a la obra. «Llevaba unas buenas luces y bajé por el camino que sale a la derecha y que accede a unos chalets cercanos. Por allí continué, guiándome por los gritos de dolor del muchacho. Finalmente pude llegar hasta donde estaba».

Javier encontró al crío en una especie de «macetita de piedra que no tenía más de un metro de diámetro, como si fuera un pájaro que estuviera dentro de un nido. Tuvo una suerte loca porque lo normal hubiera sido que el cuerpo rebotara cinco o seis metros más abajo. Pero no, cayó justamente ahí y eso fue vital para su salvación».

Al llegar, el policía comprobó que el joven «no tenía nada grave, aunque eso sí, el tobillo dislocado y con una buena herida». El chico debió pensar que Dios había venido a verle, que la suerte ese día estaba, indudablemente, de su lado. Javier lo tranquilizó, le dio agua. «Y él mantuvo la compostura, no se mareó, y se portó como un campeón», detalla.

Rápidamente dio aviso a sus compañeros de la policía local. «Desde allí, por el horizonte, veíamos salir las ambulancias, a los bomberos, al 112. Las cosas no podrían haber salido mejor». Cuando los servicios de emergencia llegaron, lo tuvieron complicado, porque «la evacuación era peligrosa. Tuvieron que utilizar una tabla de las que se usan para el alpinismo y conducir al muchacho por el terraplén».

Lo sacaron y terminó el infierno. «Con esa caída era casi impensable salvarse», admite Javier un día después de la hazaña. La labor de este agente y del resto de medios lo hizo posible.

Fuera del perímetro

El chico, natural de Cáceres, se había precipitado al vacío, al encontrarse fuera del perímetro del mirador en la carretera de la Montaña, a 350 metros de la entrada al santuario de la patrona, produciéndose lesiones, según informó el ayuntamiento en un comunicado.

Los hechos tuvieron lugar en torno a las 22.25 horas. «La persona accidentada se encontraba en una zona escarpada, encima de una roca y a una altura de unos 10 metros desde el lugar por el que se precipitó; se encontraba consciente y con lesiones. Tras un primer diagnóstico in situ del personal facultativo médico, se comprobó que tenía una fractura cerrada total del tobillo izquierdo requiriendo operación y posible fractura cerrada del tobillo derecho», añadía la nota.

El hermano del accidentado explicó que estaba junto a él haciendo fotografías en el mirador y que su hermano estaba colocado fuera del espacio delimitado con una barandilla metálica, entre unos sistemas de contención de vehículos de piedra que protegen a los usuarios de la vía del precipicio que hay a continuación. «Debido a un descuido apoyó mal, tropezándose y cayendo al vacío, quedando encima de una roca, lugar de donde fue rescatado y evacuado por los servicios de emergencias», señalaba el comunicado.

A las 23.05 horas finalizó el rescate, la ambulancia trasladó al niño al Hospital Universitario de Cáceres y las dotaciones policiales junto al equipo de bomberos se retiraron del lugar. Hoy, el joven puede contarlo.