Babacar Fall y Moussa Sarr, dos inmigrantes senegaleses que llegaron este año en cayuco a las costas de Tenerife, se esfuerzan en presencia de Rachid, el intérprete y técnico de Cáritas, en escribir sus nombres en la libreta de este periodista. Es viernes por la mañana y antes de la entrevista Babacar ha hablado por teléfono con otros compatriotas en España. Persigue desde que llegó el sueño de encontrar trabajo tras una travesía por el mar que duró ocho días con un grupo de 44 subsaharianos de Senegal, Kenia, Mali y Gambia: "Tuve miedo, pero todos éramos conscientes de la aventura", explica en francés.

Ambos están acogidos en el centro de estancia temporal que Cáritas gestiona en los pabellones de Renfe. Son musulmanes, no comen carne de cerdo y rezan cinco veces al día. Babacar, el más veterano con 39 años, cumplirá pronto mes y medio. Moussa, con 21, acaba de llegar a los 20 días. Sus familias están a miles de kilómetros. Uno tiene mujer y cinco hijos en Sant Louis y otro es el menor de cuatro hermanos y vivía con sus padres en Dakar.

Tras su paso por Fuerteventura, Málaga y Madrid recalaron en la capital cacereña, a la que llegaron en autobús con un bocadillo bajo el brazo. No se les ve felices a pesar del esfuerzo que les supuso echarse al mar, un paisaje bien conocido para ellos ya que en Senegal se dedicaban a la pesca.

El dorado español

Babacar trabajaba en barcos con coreanos y pasaba largas temporadas en alta mar. Sin saber español, su esperanza por encontrar una vida mejor en España parece haberse desvanecido por las dificultades para lograr un empleo. Reconoce que la situación en los países africanos es muy difícil y que no va a cambiar de la noche a la mañana. "No teníamos otra opción. O nos arriesgábamos o nos hundíamos en Senegal", dice.

Ninguno de los dos tiene papeles y admiten que tuvieron que mentir sobre su nacionalidad para evitar la expulsión a su país. "Estamos aquí solo para buscar un trabajo, no para crear problemas", aclara Babacar, que afirma no haber tenido problemas de convivencia en el centro de Cáritas. "Nos sentimos diferentes por nuestras condiciones. Sabemos que vamos a sufrir y tener muchas dificultades", asegura.

Su vida en Senegal no le permitió a pesar del esfuerzo lograr una vivienda o ahorrar. La falta de esperanza de Babacar le llevó a emigrar "ya fuera a España u otro país de Europa". Se miró en el espejo de otros que se marcharon y que luego han regresado "con buena economía y que han podido hacer muchas cosas". El caso de Moussa es distinto. Al ser el más joven, su familia le pidió que fuera él quien lo intentara. Pero quieren volver.

Conscientes de las dificultades que supone encontrar un trabajo, se mantienen en contacto a través de Cáritas con amigos de Murcia o Málaga: "El sitio no nos importa y el trabajo, tampoco. Si no lo sabemos hacer, aprenderemos y haremos lo que sea para ganarnos la vida".

Del entorno que han conocido en Cáceres, les ha sorprendido la forma de vestir de las mujeres por la ropa ajustada, a diferencia de en su país donde la utilizan más ancha, y echan de menos a la familia y la comida.

Pero, por encima de todo, Babacar quiere dejar un mensaje a los que siguen intentando llegar desde el litoral africano: "Si tuviera que volver a hacerlo, no lo intentaría porque he sufrido mucho. Ahora les diría que no merece la pena". El orgullo de luchar contra su destino les mantiene vivos.