Los internos se arremolinan en torno a la puerta de un salón. Es casi mediodía. Han visto llegar de lejos la comitiva de políticos y periodistas que ayer visitaron el centro penitenciario cacereño. "¿Alguien de esos puede ayudarme?", pregunta un recluso con acento extranjero. Dice que es argelino y lleva más de cinco años en el talego. "¿Hay algún fiscal entre esa gente?", inquiere otro de Canarias. Todos quieren comunicarse, de ver qué pasa fuera, más allá de la rutina de la cárcel donde la vida es de lo más ordenada: Desayuno, talleres, deporte, comida, siesta, vuelta al trabajo y, a las diez, todos a su chabolo .

En el módulo de mujeres, varias hablan en el patio. Rufina charla amablemente mientras asegura que le queda poco para salir libre. En su rostro, esconde más de cinco años entre rejas por tráfico de drogas.