"Cuando llegamos al piso de Pinilla en el que vivimos, todos nos miraban. Eramos los únicos extranjeros. Ahora somos unos vecinos más". Así recuerdan Horacio Daza y su mujer Patricia su llegada dos años a la ciudad. Dejaron Colombia y su ciudad, Bogotá, donde él ejercía como ingeniero electrónico y ella como psicóloga.

"Queríamos que nuestros hijos crecieran en otro ambiente", aseguran acerca de las razones para haber apostado por el sueño español .

La experiencia, afirman, ha sido positiva pero la nostalgia de su país sigue latente. "En Colombia se valora más la educación. Hay que prepararse muy bien para poder aspirar a los trabajos que se convocan", señala Horacio que se encarga del área de Mantenimiento en la empresa cacereña Catelsa. Tiene a su cargo a un equipo de 12 personas.

Con dos hijos de 13 y 3 años, Patricia no ha tenido igual suerte. Las dificultades para homologar su título universitario le impiden poder desarrollar la profesión que ejercía en Colombia. Para poder tener ingresos, trabaja en el servicio doméstico y rechaza la "subestimación" que sufren los latinoamericanos. "Hay desconocimiento de nuestra cultura. Se habla mucho de la integración del inmigrante, pero se queda en pancartas. Es muy difícil conseguir un puesto y hay que demostrar que somos muchísimo mejores. Hay que dar el 200%", afirma.

Aportación extranjera

Horacio puntualiza que la inmigración siempre está a favor del país que recibe al inmigrante: "En España la Seguridad Social la están pagando en un 30% los inmigrantes. Se está buscando aumentar ese porcentaje".

Su valoración sobre el trato recibido en Cáceres también tiene matices. "En Madrid ya lo tienen un poco asumido, pero aquí cuesta. Una vez nos conocen y ven que no somos unos pobrecitos, nos aceptan", dice Patricia, que destaca las dificultades para integrarse por los obstáculos laborales que ha encontrado. Su corazón sigue dividido entre la añoranza colombiana y su pan cacereño.