Esta frase del surrealista Paul Éluard no me ha abandonado durante los seis días que he permanecido en la UCI del Hospital San Pero de Alcántara debido a un accidente cardiovascular. Mi mundo era un cuadrado limitado por tres cortinas que me separaban de no sé qué cosas y a mi espalda adivinaba que se erguía una percha de la que colgarían goteros, botes de medicamentos a los que me unían varios conductos que salían de las vías que recorrían mis brazos y un abastecedor de oxígeno que acababa tapándome la boca.

De vez en cuando sonaban las alarmas y sentía los apresurados pasos de una enfermera que solucionaba el problema, mío o de otro, con rapidez y destreza. De unas palabras entrecortadas creí entender que mi estancia en el lugar era muy provisional pues nadie daba un duro por mi vida hasta pasadas setenta y dos horas. Durante ese tiempo estaba en un mundo en el que mi vida no dependía de mi voluntad, ni de mi esfuerzo, ni de ninguna otra cosa que no fueran las reacciones fisicoquímicas que produjeran en mi organismo los medicamentos que me proporcionaban.

A veces no cerraba bien una cortina y me permitía comprobar que el mundo del que venía y al que deseaba volver cuanto antes continuaba existiendo. Veía monitores, enfermeras, médicos, mesas, sillas y un frigorífico del que sacaban una pizca de agua, debía ser un agua especialmente cara, para que me mojara los labios. Y al fondo una puerta por la que desaparecía alguien con aspecto de buzo que debía seguir el circuito Covid.

Una enfermera me veía «hoy mucho mejor», mientras la auxiliar comprobaba que la tensión no aumentaba como era debido. Lo del azúcar por lo visto iba muy bien. El médico me guiñó el ojo en señal de complicidad. El quinto día todo iba correctamente y pensaron en trasladarme a planta pero al parecer no había sitio en cardiología. Les dije que no me importaba que me llevaran a otro sitio, incluso a ginecología porque aunque en este mundo había sido testigo de cooperación entre sanitarios, una ejemplar profesionalidad y una amabilidad en el trato que no olvidaré, la verdad es que aquel era un mundo al que desearías no haber pertenecido.