Hace ya algunos años todos vimos en la gran pantalla aquella admirable película de James Cameron que recreaba, con gran fidelidad a su inmenso dramatismo, la tragedia que tuvo lugar en las frías aguas del Atlántico, la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912, con el hundimiento de aquella maravilla de la tecnología y de la industria naval, el crucero trasatlántico RMS Titanic, en el que murieron más de mil quinientas personas, por causas muy variadas y por errores muy notorios. Por eso, cuando el PSOE ha escogido como lema de su campaña electoral una frase del diálogo de esta película -demostrando con ello la superficialidad que los socialistas piensan dar a sus mítines- nos ha dejado, a muchos socialistas de la vieja escuela, algo descolocados y confusos.

Efectivamente, el buque RMS Titanic fue uno de los barcos más perfectos del mundo; construido en astilleros ingleses con las técnicas más avanzadas; al que sus ingenieros y diseñadores pretendieron convertir en el reto definitivo entre la capacidad técnica de la industria humana y las fuerzas indomables de la Naturaleza.

Su coste fue de varios millones de libras esterlinas, para una compañía naviera que se consideraba vanguardia del gran capitalismo internacional; dominador entonces y casi propietario -junto a la plutocracia europea- de todos los recursos del mundo. De territorios, gentes y pueblos de los cinco continentes, sobre los que ejercían su inmenso poder las compañías colonialistas, creadas por el ansia especuladora de las potencias navieras europeas.

¿Es esto lo que quiere simbolizar el Partido Socialista actual en su campaña Haz que pase, sacado del contexto del Titanic?

El enorme crucero fue la quintaesencia de la sociedad clasista del neoliberalismo, que por entonces informaba y globalizaba todas las mentes con responsabilidades políticas en las dos grandes potencias industriales: en Inglaterra y en los Estados Unidos.

Quizá por eso, este lema de campaña del PSOE sería más propio del Partido Popular, de Ciudadanos y de Vox, entusiastas defensores del clasismo, de la plutocracia y del neoliberalismo; más que de las aspiraciones socialdemócratas que parecen informar al gobierno actual. Aunque ya haya bastante gente normal que no sepa muy bien a qué carta quedarse.

Los protagonistas de aquella fábula que se incrustaba en la tragedia titánica, se presentaban como unos humildes obreros que esperaban llegar a ‘la Meca’ de la industria y del trabajo: U.S.A., con sus dinámicas ciudades fabriles. Pero se encontraron dentro del enorme crucero una sociedad estamental y discriminatoria; ordenada por su opulencia o por su pobreza; distribuida en plantas, camarotes, espacios de convivencia y cubiertas totalmente diferenciadas y separadas. Las castas adineradas, en las superiores, en ambientes de lujo y abundancia. Las clases pobres en las inferiores, ya pegando a las bodegas del equipaje y sin apenas espacio para disfrutar de los placeres, bailes, conciertos y fiestas de los poderosos.

Pero la naturaleza fue cruel e igualitaria. El encuentro inesperado y violento, en mitad de la noche, con un iceberg descarriado, fue para todos igual de trágico y letal. Incluso algo más cruel con los ricos y adinerados; pues, al estar alojados en la cúspide del barco, su caída fue desde mayor altura que la de los pobres; aunque la temperatura heladora del agua oceánica -en aquellas latitudes casi polares- fue exactamente la misma para unos que para otros.

Quizá, aquel terrible acontecimiento -hoy conservado en el cine y en algunos lemas de campaña mal concebidos- debería servir de enseñanza para los retos que aún mantenemos contra el poder natural; creyéndonos ‘dioses vengadores’, que arman a las gentes para dispararse unos a otros. Que construyen barreras y obstáculos, para evitar su convivencia; prohibiendo la solidaridad entre pueblos y razas distintos, o contaminando con nuestros detritus y corruptelas los limpios paisajes del viejo y admirable ‘paraíso terrenal’, en el que todos nos sentimos iguales.

Titanics -después de aquel Titanic - ya ha habido varios; y todos han sido más terribles y destructivos que el de la película. ¡Hagamos que no pase! ¡Que no vuelva a pasar! Construyamos barcos para salvar náufragos, no para provocarlos.