No hay agua corriente ni luz, pero Alexandro Dragoi y su esposa Aurora Rodica viven con lo poco que tienen en una habitación de una casa en ruinas que sirvió de refugio a okupas en San Marquino. "Es mejor que una tienda de campaña", asegura el hombre que, con 50 años, recuerda los años dorados de la dictadura de Ceauchescu cuando tenía trabajo en una fábrica de cristal de Bohemia. Su mujer, ahora con 53, tiene más arrugas en la frente tras perder hace tres años a un hijo enfermo. Aún les queda Alina que, con 31 años, sigue en Rumanía necesitada de un tratamiento médico.

Durante un mes, este matrimonio ha soportado el frío en una tienda de campaña que instalaban cada día en una zona próxima a la casa abandonada donde malviven ahora. El hombre se quedó sin trabajo tras pasar una temporada en una finca de Barquilla de Pinares, en el Tiétar, ayudando en la recogida de pimientos. Recuerda con amargura cómo le echaron sin pagarle los más de 3.000 euros que aún le deben.

Tras pasar por varios albergues, Alexandro y su mujer llegaron a Cáceres hace dos meses con la esperanza de encontrar trabajo. Recogen chatarra, que venden en la Charca Musia por menos de diez euros diarios, y no faltan cada mediodía al comedor de las Hijas de la Caridad.

Ayer cumplieron su aniversario de boda en la habitación donde una vela alumbra cada noche una cama, muebles viejos y una cocina que calientan con una bombona de butano. Las pintadas de los okupas que pasaron por donde ahora ellos duermen forma parte de la decoración. Un vistazo a las fotos de tiempos pasados en Rumanía descubren una familia feliz, castigada luego por los despidos en masa en las fábricas antes nacionalizadas por Ceaschescu. Conseguir un trabajo, dicen, les devolvería la alegría. Les da igual dónde.

En medio de la basura

A Jesús Herencia, exganadero de 56 años, la vida no le ha ido bien. Aunque ahora comparte con ellos esta casa de San Marquino, donde la habitación del matrimonio rumano es un oasis en medio de la basura, ha vivido durante 15 meses en una furgoneta de su propiedad que tiene aparcada en Aldea Moret. La explicación del traslado es fácil: dice que ahora puede estirar las piernas para dormir, a diferencia del coche en el que acumula bolsas y visita a diario.

También acude cada día al comedor de las monjas. Si no fuera por él, asegura, "no tendría qué comer" porque la pensión que recibe "está embargada por las multas". Cuenta que ha tenido seis hijos y que su mujer "le echó de casa". La recogida de chatarra también se ha convertido en su día a día. El futuro queda muy lejos.