Las Hermanitas de los Pobres, o simplemente ‘Las Hermanitas’, como las llamamos familiarmente los catovis, son una de las instituciones más longevas de nuestra ciudad. Cuando nadie se ocupaba de los ancianos y ni siquiera existían vocablos como ‘tercera edad’ o ‘residencia de ancianos’, se asentaron en el ensanche de Cáceres y comenzaron a prestar un servicio con el que han continuado ejemplarmente a lo largo de muchos años.

Como era previsible desde hace algún tiempo, y tal y como les ha sucedido a otras órdenes religiosas, la falta de vocaciones les obliga a dejar la gestión de la atención. Al sostenimiento del centro hemos colaborado muchos cacereños, unas veces mediante limosnas, otras con aportaciones económicas que las propias monjas se encargaban de recoger por las casas, y no menos asistiendo a su casa para ayudar a dar la comida a algún anciano que no podía valerse por sí mismo, acompañarles al médico o simplemente charlar con ellos para hacerles más llevadero el tiempo.

Durante mucho tiempo estas instituciones de voluntarios han paliado las carencias del estado en la asistencia a personas necesitadas, y son un ejemplo de lo que la sociedad civil puede aportar en el terreno de la solidaridad. La regresión de las vocaciones pone en peligro una institución y un tipo de ayuda necesaria aún en nuestros tiempos, y por eso surge la inquietud en cuanto al futuro y uso del edificio.

El deseo expresado por algunos de la necesidad de que el antiguo hospital se dedicara a residencia de ancianos pone de manifiesto que ésa es una de las carencias de nuestra ciudad, y si ahora desaparece el servicio que prestan ‘Las Hermanitas’, la necesidad aumenta, pues no es aventurado afirmar que dada la evolución de la pirámide de edades, será imprescindible ampliar la atención a esta parte de la sociedad cacereña.

Por eso es necesario que las administraciones pongan todo lo que esté de su parte para que de la manera que sea posible continúe siendo una referencia en la ciudad.