PLAZA: Algo más de media entrada en tarde nublada, pero con buena temperatura.

TOROS: Cinco de Diego Puerta y uno, el tercero, de Puerta Hermanos. Cinqueños todos, parejos en peso y de poco juego por su falta de raza. El más colaborador fue el primero. El sexto parecía tener buena condición, pero se inutilizó hasta quedar inválido.

REJONEADORES: Joao Moura, oreja y oreja. Hermoso de Mendoza, oreja y dos orejas y rabo. Sergio Domínguez, ovación y ovación.

La feria tuvo una apertura con menor lucimiento del que hubieramos deseado. Aunque a tenor de los números, puede parecer una contradición. El rabo que cortó Hermoso de Mendoza y casi todas las orejas fueron más bién fruto de la entrega de los rejoneadores, de las ganas de fiesta de un público amable y de la venebolencia de un presidente con la mano floja a la hora de asomar los pañuelos.

Lo cierto es que al ruedo saltó una corrida de Diego Puerta, completada con un tercer ejemplar del otro hierro de la casa, el de Puerta hermanos, a la que faltó raza, le sobró mansedumbre y tuvo escasa acometividad para con los caballos. Salvando el que abrió plaza, un toro noble, de embestida suave y buen son, los demás acusaron querencia a tablas y puertas desde salida, se resistieron a responder a la pelea en los medios y ninguno rompió a embestir con franqueza.

Lo mejor de la tarde surgió de la lidia de Hermoso de Mendoza ante el quinto. El de Puerta no se entregó, pero el navarro supo sacar agua de un pozo seco. Se colocó al sesgo para clavar banderillas, salvando así la negativa del toro a embestir hacia fuera. Y de esa manera, con su conocimiento de los terrenos, clavando en el sitio exacto y con una perfecta puesta en escena, acabó cortándo un rabo. Nadie hubiera apostado por ese resultado, pero estamos ante un torero a caballo capaz de cualquier cosa. Con el segundo, poco pudo hacer. El animal se paró y el rejoneador anduvo con solvencia y disposición.

EL TEMPLE DE MOURA

Moura demostró una vez más su capacidad para templar y torear con gusto y empaque sobre los caballos. El primero resultó noble, suave y el portugués aprovechó esa condición para hacerlo todo muy despacio. Con el cuarto, negado a seguir a las cabalgaduras, Moura quiso sacarlo a los medios pero la faena no llegó a tener la suficiente transmisión. Pero como mató de un rejón de rápido efecto, le fue concedida otra oreja que le abría la puerta grande.

El joven Sergio Domínguez emborronó con el rejón de muerte una actuación más que digna y meritoria ante un toro, el tercero, que embestía obligado y sin chispa. En el sexto, se formó el lio. Y no precisamente por una buena faena, sino porque el de Puerta salió con una ligera cojera, que fue a más y las protestas del público aumentaron en su tono y en sus formas. Después de tres rejones de castigo y dos banderillas, el toro se convirtió en un inválido, tambaleándose y dando con sus carnes en el suelo repetidas veces. Con ese material, el caballero no pudo lucir y desde los tendidos cayeron botes, almohadillas y una sonora bronca al palco presidencial por no devolver al toro, aunque, llegado ese momento, ya era tarde.