TtCuando hace la friolera de cuarenta años estudiábamos en la docta Salamanca, por obligación primero y luego por afición, descubrimos el inmenso y asombroso universo de las letras hispanoamericanas.

En la carrera no fue más que una asignatura de cuarto o quinto curso, pero en la vida cotidiana, fuera del alma máter, la inmersión en las lecturas de los grandes prosistas, y poetas, hispanos, fue toda una circunstancia que determinaría nuestra percepción de la vida, la Geografía y la Historia.

Entre los numerosos títulos, nunca olvidaremos la lectura de Sobre héroes y tumbas del gran Ernesto Sábato; y sobre todo la del terrible Informe sobre ciegos , incluido en la susodicha obra.

Y ¿a qué ton este prefacio de la Historia de la Literatura hispanoamericana?, ¿es que no ha habido escurribanda por los alrededores de Norba?... Precisamente. Y la hemos dedicado sobre todo a la contemplación de algunas de las numerosas tumbas que pespuntean determinado tipo de parajes. Por eso hemos recordado ahora el título de esa magnífica novela del eximio ingeniero rioplatense.

De lo que no hablaremos es de héroes, al modo que entendemos el significado del término. Aunque buena falta nos haría algún que otro héroe que nos sacara del presente marasmo, vive Dios. Bien, héroes, en tal caso, aquellos anónimos canteros que con maza, buril y cuña horadaban las piedras de granito para dejar los cuerpos de sus difuntos en la oquedad labrada a golpes.

Las tumbas de los moros, reza la tradición oral de la gente llana de los pueblos. Y es raro el lugar de nuestra cercana geografía en el que no hay algún ejemplo de esas tumbas labradas en los berrocales de granito o en las formaciones de pizarras. Qué moros ni qué ocho cuartos. Lo cierto y verdad es que, tras casi ocho siglos de presencia sarracena, dejaron poca huella, dado su empeño en arrasarlo todo antes de que las gentes cristianas ocuparan lo anteriormente ocupado por ellos.

Tumbas antropomórficas romanas, labradas en los canchos, en las formaciones pétreas con la intención de durar y perdurar a través de los siglos. Por eso nos atraen tanto y por esa intención perdurable nos acercamos con frecuencia a la huella de nuestros ancestros hispanorromanos.

Recién, en la dehesa arroyana que circunda la ermita de Nuestra Señora de la Luz pudimos contemplar las tumbas de las que hablamos, amén de las frecuentes prensas de aceite, también esculpidas en los canchos de granito. Y en las cercanías de la ermita de Nuestra Señora del Prado, ese idílico paraje casareño, tumbas romanas, prensas, huellas de aquel remoto mundo que nos trajo Roma.