Reconocida en Chile... olvidada en Cáceres. Mencía Álvarez de los Nidos fue uno de los grandes personajes de la historia cacereña, cuya valentía llegó a merecer toda una oda de 87 versos en ‘La Araucana’, una de las obras cumbres de la épica española, fruto de la pluma de Alonso de Ercilla y Zúñiga (siglo XVI). En Chile se le considera un ejemplo y espejo de virtudes, una dama con arrojo y reaños. En Cáceres ni siquiera tiene una calle que recuerde su memoria.

Nació en torno a 1510, en el seno de una familia de la pequeña nobleza cacereña. Hija de Francisco de los Nidos y Beatriz Álvarez, se crió con sus siete hermanos en la calle de la Rúa (ahora calle Tiendas). Posteriormente su padre vendería esa casa a Hernando de Ovando, que la incluyó en sus propiedades, hoy palacio de Canilleros. Según relata Alfonso Soler en su blog ‘Pasajes de la historia de Cáceres’, la familia también poseía el pago de viñas ‘La mata de los nidos’, actualmente conocido como ‘Las viñas de la mata’, entre Casar y Arroyo de la Luz.

Mencía era hija de su tiempo y pasó a Indias con cuatro de sus hermanos: Gonzalo, Francisco, Jerónimo y Juana. Partieron a Panamá, desde donde pasaron a Perú. Su suerte fue dispar. Jerónimo se asentó en Cuzco, donde pronto se hizo un hombre de fortuna por el rentable negocio de la minería. Pero Gonzalo se unió a la facción de Gonzalo Pizarro y fue condenado a muerte de manera cruel. Tras ello, Mencía se instaló en Chile hacia 1548, en la ciudad de Concepción, y fue allí donde se gestó su fama de heroína, que inmortalizó Alonso de Ercilla.

Tras la batalla contra los indios araucanos, el gobernador de la ciudad, Francisco de Villagrá (sucesor de Pedro de Valdivia), ordenó la evacuación de la población, ya que sobre ella se cernía el peligro inminente de una emboscada de los indígenas. Doña Mencía, enferma y postrada en la cama, abandonó el lecho, salió a la calle y exhortó a los habitantes para que se quedaran a defender la ciudad y no huyeran deshonrosamente hacia Santiago. Según relata el historiador Guillermo Cox y Méndez, «hubo una señora extremeña llamada Doña Mencía de los Nidos que, cogiendo un montante (gran espadón que es preciso esgrimir con ambas manos), se puso en medio de la plaza a arengar a los vecinos, y al mismo Villagran llegó a decir que la idea de abandonar la ciudad solo podía haber nacido en el pecho de algún hombrecillo sin ánimo».

La historia no deja claro si la ciudad fue o no defendida tras el ímpetu de Mencía. Finalmente, los indios la redujeron a cenizas. Pero resulta llamativo el tratamiento que se hace de la cacereña en ‘La Araucana: «Doña Mencía de Nidos, una dama / noble, discreta, valerosa, osada, / es aquella que alcanza tanta fama / en tiempo que a los hombres es negada (...).

También el capitán Alonso de Góngora Marmolejo escribió de tan aguerrida cacereña: «Si esta matrona fuera en tiempo que Roma mandaba el mundo y le acaeciera caso semejante, le hicieran templo donde fuera venerada para siempre».