Siempre ha debido ser la actividad y dedicación política, desde las antiguas ‘polis’ griegas que la dieron nombre una continua mezcla de astucia, popularidad, engaño y ambición de poder en proporciones muy similares, para conseguir que los ciudadanos de las urbes que se consideraban ‘metropolitanas’ siguiesen -desde la sumisión y el silencio- las directrices y deseos de sus volubles dirigentes.

Ejemplos notables fueron el inmortal Pericles -que acabó sus días en la cárcel-, Temístocles, igualmente censurado por los atenienses, Cicerón o César, - ambos asesinados por su desmedida ambición; con otros varios que figuran en los manuales de Historia. Ejemplos todos ellos de las ‘virtudes’ que suelen adornar a los conductores de pueblos, a las que antes nos referíamos.

De manera muy general, podemos decir que los ‘políticos’ son unas personas a las que damos nuestra total confianza para que dispongan de nuestras vidas; para que firmen paces o declaren guerras; para que nos faciliten la existencia o la hagan imposible. Para que redistribuyan las riquezas y servicios públicos del país con ecuanimidad y justicia. O para que las acaparen y se las guarden; ellos y sus familias, o sus amigos y clientes; mientras los demás quedan marginados, desahuciados y hambrientos.

Todo esto pueden hacerlo con impunidad: negándolo con hipocresía y cinismo poco después; tergiversándolo, proclamando lo contrario o censurando a quienes lo hicieron antes que ellos. ¡La dichosa ‘herencia recibida’!

El reciente y repentino fallecimiento de una conocida dirigente popular - una alcaldesa de una notable ciudad en los márgenes ya de su actividad pública - ha puesto de manifiesto la baja calidad moral de muchos de nuestros ‘políticos’; moviéndose siempre entre el cinismo y la hipocresía; entre la astucia y la ambición, entre una relativa popularidad engañosa y un cruel desapego por sus compañeros y semejantes. A los que solamente aprecian si esperan sacar de ellos favores, recompensas o esperanzas de continuidad en el cargo.

¡‘Santa Rita, Rita, Rita: lo que se da, no se quita’¡.

Se lo dieron todo y se lo quitaron todo. Incluso el calor entrañable de la amistad. Pero alzaron la voz para descalificar y hasta condenar a los que, en cumplimiento de leyes y normas éticas, habían iniciado procesos para aclarar sus posibles imputaciones en asuntos poco claros de desviación y manipulación de fondos ‘negros’ para ‘blanquearlos’. Destinados igualmente a distorsionar la recta y necesaria función política.

Ya se han proclamado y publicado demasiadas opiniones sobre este penoso incidente. Unas para aprovechar el sentimiento de sus partidarios por su fallecimiento, resaltando su figura, a la que solo unos meses antes habían despreciado, criticado y aislado, con el objetivo de demostrar que se ‘tomaban medidas’ contra la corrupción. Lo cual era radicalmente incierto.

Otros, para ‘despellejar’ moralmente a quienes se habían negado a participar en actos de homenaje y reconocimiento, por su presunta implicación en ‘enjuagues’ financieros poco claros del Partido Popular, al que representaba.

Y varios más para intentar reformar leyes, cambiar actitudes y modificar el ‘postureo’ que se había mantenido hasta esos momentos. Haciendo verdad el antiguo axioma popular de que ‘Del árbol caído, todo el mundo hace leña’.