En los últimos años se ha hablado mucho de los atropellos en la avenida de la Hispanidad. En este tiempo, una joven murió arrollada por un coche y al menos otros tres peatones sufrieron heridas graves. Uno de ellos era la mujer de José Antonio García Encinas. Ella tenía 53 años en el momento del atropello, dos carreras universitarias, trabajaba como profesora en el colegio Paideuterion y, prácticamente, media vida por delante. Su accidente ocupó durante varios días las páginas de la prensa local, que informaron de la gravedad de su estado de salud. El incidente provocó que el ayuntamiento limitase la velocidad en esta avenida, punto negro del tráfico de la ciudad. Luego, su historia dejó de ser noticia; pero su vida continuó y, desde entonces, es una persona dependiente, no puede hablar y necesita una silla de ruedas para desplazarse.

El atropello no sólo le cambió la vida a ella, también a su familia, especialmente a su marido. José Antonio contaba ayer su experiencia en la jornada de Rehabilitación en daño cerebral sobrevenido organizada por la empresa de servicios sociales Grupo 5 en la Casa de la Mujer de Cáceres. A lo largo de toda la mañana, expertos en el tema analizaban las causas y, sobre todo, las consecuencias de este tipo de daños, producidos tras sufrir un ictus o un accidente con consecuencias neurológicas. Y en esto, los familiares como José Antonio, tienen mucho que decir. La suya fue una queja que no por cien veces repetida deja de tener fuerza, «en Cáceres no se puede transitar en silla de ruedas, no hablo ya de la parte antigua, sino del mismo Cánovas», contaba, con una mezcla de resignación y de rabia en la voz.

Desde que su mujer sufrió el atropello, hace ahora cuatro años, dedica gran parte de su vida a cuidarla. Todas las tardes, «salvo que esté diluviando», afirma José Antonio, sale con ella de paseo, en un camino lleno de obstáculos, incluso en los pasos de peatones, «el de los Múltiples, complicado, el del semáforo de la Cruz, igual». Un pequeño bordillo, de tan sólo cinco centímetros, puede resultar una barrera insalvable para una silla de ruedas mecanizada. Las que no los están, dependen de la fuerza y la habilidad del cuidador que la lleve. «Dicen que Cáceres tiene un premio de accesibilidad, pues a mí que me lo expliquen», exclama José Antonio. Para él, y probablemente para muchas personas en su situación, la ciudad es «intransitable».

Ingeniero de profesión y autónomo, tiene que compaginar su trabajo con los cuidados a su mujer, «dependiente desde la mañana a la noche», explica. Cuenta con la ayuda de una cuidadora que, afirma, ya es como de la familia. Aunque reconoce el trabajo y el trato «exquisito» recibido en el hospital y, en general, por el personal sanitario y social tras el accidente, se queja del vacío que viene después, «las terapias, la logopeda, el fisioterapeuta, todo es dinero, si se rompe la rueda de una bici, arreglarla cuesta 20 veinte euros, si es la de la silla de ruedas, 150; una bicicleta estática para que haga ejercicio, de segunda mano, me cuesta 1.000, de primera, más de 3.000», relata. José Antonio afirma, «yo lo puedo pagar, pero, ¿qué hace otra persona que esté en mi situación y no pueda? ¿La sienta delante de la televisión todo el día y le da de comer?», pregunta.

Las ayudas, asegura José Antonio, «se van» en tratamientos y pago de cuidadores, «debería haber más para quien no se lo pueda permitir», afirma. También apunta a las dificultades de estar al cargo de una persona dependiente cuando aún se está en el mercado laboral, «o trabajas o cuidas», hacer ambas cosas a la vez requiere de un esfuerzo personal y económico titánico, «yo soy autónomo, no me puedo jubilar».

Rutina

Desde hace cuatro años, su día a día consiste en comer con su mujer y salir por la tarde a dar un paseo. Sus múltiples quejas en el ayuntamiento cacereño surtieron efecto y el consistorio arregló la acera derecha de la calle donde viven, Ronda del Carmen, algo que agradece de corazón, «porque sino no podríamos ni salir de casa».

Sin embargo, no entiende porqué no se acometen obras similares por toda la ciudad, para facilitar a las personas en silla de ruedas su movilidad. Bordillos, escalones, diferentes niveles de un lado a otro de la calle que para cualquier viandante pasan inadvertidos y que impiden, como si de fallas se tratase, el paso de las personas con movilidad reducida. José Antonio y su mujer tienen que hacer, casi siempre, el mismo paseo, el que les permiten las aceras, «¿no tenemos dinero para echar cemento en las aceras para quitar los bordillos?», se pregunta. Eso sin hablar del incivismo, como las personas que aparcan en los pasos de peatones e impiden el paso a las sillas de ruedas.

José Antonio tenía todos estos temas apuntados para tratarlos en la mesa de debate en la que participaba ayer, titulada ‘En primera persona. Miramos y escuchamos las voces de la experiencia’. La suya, sin duda, es dura y al oirla es inevitable preguntarse, ¿y quién cuida a los cuidadores? «El cuidador cuida al cuidador» afirma José Antonio, «al menos en mi caso. Mis hijos, que viven fuera, llaman una, dos, cuatro veces al día, pero al final, es tener las espaldas muy anchas», concluye.