"Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... (¡En el quinientos seis y en el dos mil también!). Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé (...) ¡Siglo veinte, cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil!..." . Los dedos de Nena Guerrero Beltrán hacen prodigioso el inolvidable Cambalache de Enrique Santos Discepolo . Suena el tango en este piso de Cáceres mientras comienza esta historia en el municipio riojano de Grávalos donde a finales del siglo XIX una implacable epidemia de filoxera afectó a los viñedos de la familia Beltrán . Las cosechas se arruinaron y los Beltrán tuvieron que empezar de cero.

En aquel tiempo, uno de los hijos de los Beltrán, José Beltrán Escudero , ya había cumplido los 18 años y estaba recién salido del colegio del Corazón de María. Pero él no quería prolongar sus estudios, ni ser terrateniente, ni dedicarse al negocio del vino porque su espíritu emprendedor le decía que debía probar otras suertes.

Los Beltrán mantenían una estrecha amistad con los Cameros de Burgos, pertenecientes a una familia inmensamente rica. Y así fue como José --cuya vida da de largo para un novelado relato-- fundó junto a Benito , uno de los yernos de los Cameros, una sociedad que firmó un acuerdo para abastecer de ganado ovino y lanar durante cinco años a un grupo de tablajeros de Barcelona, nombre tradicional que se daba a los vendedores de diversos artículos alimenticios en los mercados, porque lo hacían en tablas o puestos públicos en las plazas mayores o plazuelas.

El trabajo

Como buenos empresarios, Benito y José se repartieron el territorio español para la compra del ganado. Benito se encargaba de negociar en la zona norte y Benito se quedó con Extremadura y Portugal, país que definitivamente abandonó cuando la peste bovina amenazó peligrosamente a las especies portuguesas. Fue así como llegó a Cáceres, al parecerle un punto bien comunicado con Extremadura y Castilla, donde se desarrollaba gran parte de su actividad empresarial.

Cuando José Beltrán desembarcó en la ciudad se hospedó en el Parador del Carmen, que estaba en la Cruz de los Caídos, pero aquel modo que tenían de cocinar en el Parador no le venía bien a su estómago, por lo que no tardó en pedir a su esposa, Sabina García Pérez , que dejara La Rioja y se viniera a Cáceres junto a sus dos hijas, Constantina , de 14 años, y Gregoria , de 11. Era 1901, creían venir para cinco años, no conscientes aún de que se trataba de un viaje sin retorno que duraría toda la vida...

José Beltrán dejó el Parador del Carmen y se instaló con su familia en una casa de la calle Barrionuevo. La llegada a la ciudad no pudo ser peor para su prole, pues al poco tiempo de mudarse a Cáceres la pequeña Gregoria, conocida por todos como Goya, contrajo la fiebre paratífica, una infección que se transmite por la vía oral, a través de la ingesta de alimentos o agua contaminados con heces de sujetos infectados o portadores de bacilos.

La enfermedad era propia de zonas pobres, con escasos recursos higiénico-sanitarios donde no hay una buena canalización del agua limpia ni de los residuos fecales. Muchos foráneos que llegaban entonces a la ciudad contraían este tipo de enfermedad, generalmente a través de las frutas o las verduras. Sabina estaba acostumbrada a su tierra riojana, donde con apenas un agua bastaba para desinfectar la lechuga, pero el médico no tardó en recomendarle la idoneidad de cocer cualquier alimento antes de ponerlo en el plato.

Tras el debido tratamiento farmacológico, Goya se recuperó, pero su padre, obsesionado por salvaguardar a su familia, comenzó a buscar por todo Cáceres un lugar adecuado para tener una huerta con la que abastecer a su mujer y sus hijas sin necesidad de adquirir productos de terceros. Fue así como José encontró un lugar, situado en la carretera vieja del Casar a su salida por el barrio de Aguas Vivas, donde halló el prodigioso venero que zigzagueante bajaba de La Sierrilla. Sacó una muestra, la llevó al Laboratorio de Análisis Municipal de Salamanca, y allí comprobaron que ese agua no tenía bacilos. Fue de esta forma que José Beltrán compró aquel terreno al marqués de la Enjarada , donde levantó una huerta para consumo propio.

Las monedas

Como José no podía dar la espalda a su espíritu emprendedor, pensó que no era descabellado sacar rentabilidad a su manantial, así que junto a su huerta construyó un lavadero, que los cacereños utilizaban previo pago de una cuota y que terminó convirtiéndose en uno de los lavaderos, el de Beltrán, más concurridos de toda la ciudad.

Sucedió que un día Sabina le dijo a su marido que ella ya no podía seguir bebiendo la leche de Cáceres por la cantidad de agua que le añadían en las vaquerías, así que José pensó que lo mejor era comprar una vaca para satisfacer los deseos de su esposa; pidió prestado un semental a los Sánchez de la Rosa , pero como éstos declinaron la oferta y José debía ser un hombre de armas tomar, se fue nada menos que a Holanda y de allí se trajo el semental suizo, suficiente para montar su propia vaquería, poco después convertida, igual que el lavadero, en la más concurrida de toda la ciudad.

La vaquería estaba muy cerca del lavadero y se hizo muy famosa porque José acuñó unas monedas en cuyo reverso se reproducía la figura del Rey Alfonso XIII y en el anverso, el nombre de su nueva empresa: Vaquería Holandesa de Beltrán. Cuando acudías a comprar leche, te daban una moneda, cuando reunías cuatro te regalaban un litro de leche, de manera que el negocio de Beltrán estaba siempre de bote en bote.

Las hijas de José y de Sabina fueron creciendo hasta convertirse en unas guapísimas jovencitas, veraneaban en San Sebastián, como lo hacía la corte antes de trasladarse a Santander, y siempre paraban en Madrid, donde compraban telas y estaban al tanto de las últimas tendencias en moda.

José Beltrán falleció con 64 años, se fue en dos días, y con él cerró su vaquería, en un tiempo en el que sus hijas ya habían encaminado sus vidas. Goya Beltrán se casó con el farmacéutico Pablo Alonso Escribano y tuvo cinco hijos: María Victoria , José María , Marcos Luis , María Gregoria y María de la Montaña .

Constantina Beltrán, conocida en Cáceres como Consta, contrajo matrimonio con el médico Sergio Vicente Guerrero Hernández . Se conocían desde niños, pero como Guerrero estudiaba en Madrid y solo venía a Cáceres en vacaciones, terminaron rompiendo su relación. Estuvieron seis años sin hablar, aunque Consta siempre decía que con ningún hombre se casaría sino con Guerrero.

Y así fue. Cuando Guerrero acabó la carrera, no dudó en acudir a casa de Consta y le preguntó a Sabina, su madre, si su hija se había casado con otro. "Aquí está mi hija", respondió Sabina, orgullosa de aquella hija guapa e instruida que eternamente había cautivado el corazón del joven doctor.

Los Guerrero

La vida de Sergio Vicente Guerrero también da para un novelado relato. Era Guerrero nieto del dueño de una fábrica de jabones en Ríos Verdes, que murió muy joven dejando a ocho hijos. Uno de ellos fue el padre de Sergio Vicente: José Guerrero Escalante , a quien tras el fallecimiento de sus progenitores enviaron a Tornavacas a casa de una hermana suya, casada con un maestro. A José le cogió la guerra carlista cuando ya era novio de Encarna , hija de un contratista cacereño. Al regresar de la guerra no esperó tren alguno y andando llegó a Cáceres desde Sevilla, ávido de su reencuentro con Encarna, la que poco después se convertiría en su esposa.

Era José Guerrero conserje de la diputación. Su hijo Sergio Vicente tuvo, desde pequeño, un oído prodigioso. Cuentan que un día pasó por la puerta de la diputación un profesor del Conservatorio y vio llorando al niño Sergio Vicente. "¿Por qué lloras, Guerrerín?", preguntó extrañado el profesor. Y el niño contestó: "Porque quiero ser violinista y mi madre no me deja". El profesor, tras hacerle unas pruebas, quedó maravillado por las facultades intelectuales del aventajado alumno y medió con Encarna para que el pequeño pudiera estudiar.

Así las cosas, enseguida pensó José Guerrero que Madrid podría ser un buen destino para su hijo. Resultó que un primo hermano suyo, de nombre Fidel , era administrador de los marqueses de Linares , de manera que con 6 años enviaron al pequeño Sergio Vicente a la capital sin más atuendo que una chambra y una jaula con una tórtola como obsequio para el administrador. Cuando Guerrerín llegó a Atocha a nadie encontró que fuera a recogerlo, pero el pequeño, avispado como nadie, atinó a llegar al Palacio de Linares, desde donde se auspició la formación de aquel niño que estudió siempre con beca y que con tan solo 15 años ya era profesor de violín y premio extraordinario.

Guerrero, médico de profesión, músico vocacional que apoyó la carrera de la célebre Angelita Capdevielle , vivió en la plaza de la Concepción hasta que en 1936 levantó un chalet en el Paseo Alto que habitó tras la guerra y que aún se conserva. Guerrero fue padre de cinco hijos: Encarnación , farmacéutica , José Vicente , arquitecto, Vicente Antonio , médico, Juan Cruz , maestro, y María del Carmen , más conocida como Nena Guerrero , directora de la guardería del Paseo Alto.

Hoy, Encarnación, una de las hijas de Guerrero, tiene 100 años y su hermana Nena, 90. Viven juntas en su piso, plagado de recuerdos, donde cuelgan fotografías que dan fe de este relato novelado, real como la vida misma. En el gabinete hay un piano, un precioso Chassaigne&Frères que Sergio Vicente Guerrero compró en Madrid y que en los dedos de su hija Nena suena a prodigiosa melodía al ritmo del inolvidable tango de Enrique Santos Discepolo : "Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... (¡En el quinientos seis y en el dos mil también!). Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé (...) ¡Siglo veinte, cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil!..." .