Sirviéndome del título de uno de los libros de ensayos más interesantes y sugerentes de aquel notable pensador que fue José Ortega y Gasset, quiero hacer hoy ante mis sufridos lectores una reflexión - aunque sea menos profunda que las de Ortega - sobre los estímulos ideológicos, religiosos o científicos que han movido a los hombres a crear sistemas de pensamiento - o «motores» de comportamiento - en el pasado y en el presente, partiendo de la base de que todos los «sistemas» guardan una coherencia interna y un «hilo conductor» que los relaciona y encadena.

Bases y encadenamientos que se pueden seguir en el curso de la Historia, cuando el estudio de ésta se hace de manera global, totalizante; sin dividirla en «edades» ni «especialidades» artificiosas; necesarias desde un objetivo pedagógico o metodológico; pero sin valor realmente científico para desentrañar el pasado e interpretarlo desde nuestro propio punto de vista.

Por supuesto que una breve «columna» periodística no es espacio ni lugar para hacer una reflexión tan compleja. Pero puede servir sucintamente para resaltar que todos los conocimientos, pensamientos y actitudes humanas responden a los mismos estímulos personales o colectivos, a las mismas inquietudes de nuestro espíritu y a los mismos deseos y aspiraciones a las que nos induce nuestro entorno.

La Historia es un sistema de conocimientos al que podemos llegar por muchas vías. Tradicionalmente, se ha entendido que la Historia está compartimentada en campos muy específicos que se interrelacionan entre ellos como vivencias sociales de cada grupo humano: Política, Ciencia, Arte, Literatura y todas las demás actividades que el hombre realiza dentro del grupo social.

Pero, en verdad, la Historia es una ciencia que investiga el pasado, para prever mejor el futuro. Recopila noticias de lo que ya no es noticia, y reconstruye lo que fue destruido por sus antepasados, para hacerse una idea de cómo se pueden resolver problemas estudiando los problemas que tuvieron otras sociedades anteriores. Intentando - eso sí - no repetir sus errores y fallos.

La Historia es un ejercicio intelectual exclusivamente humano. Es la Ciencia Humanística por excelencia y por exclusión. Ya que ninguna otra especie zoológica, de los miles y miles de especies, subespecies y familias de animales que habitan el Planeta tienen historia ni posibilidad de reconstruirla.

Además, la Historia cuenta con una cualidad cognitiva que no tienen las demás ciencias humanas, naturales, matemáticas o cósmicas. En su «base de datos» están incluidas todas. Y todas las demás cuentan con un extenso capítulo que es su Historia, desglosada de cada una de ellas. Incluso, podríamos asegurar que la Historia tiene sus propios «teoremas», sus «leyes» específicas y sus «operaciones» para garantizar los resultados. Otra cosa es que, tradicionalmente, se la haya utilizado como cuerpo doctrinal de convicción política; como propaganda institucional, como instrumento de dominio social o como «florilegio» para ensalzar las virtudes inventadas acerca de los poderosos. Y estos destinos tan espurios, frecuentemente, la han vaciado de su contenido como Ciencia.

Actualmente, en su afán de resaltar y subrayar ciertos aspectos o noticias del devenir social o político - incluso deportivo, artístico, económico o, simplemente lúdico - los canales de información han abusado del adjetivo «histórico» para prestigiar ciertos titulares. Aunque los hechos o noticias que califican de «históricas» sean simplezas que no figurarán en la Historia del futuro; pero que aureolan con un brillo especial el presente.

Por el acontecer histórico han desfilado toda clase de pueblos, de ideologías, de culturas o civilizaciones, que tendieron a conseguir unificar el camino y racionalizar las metas para que la Humanidad fuera más feliz y justa. Hagamos que esta búsqueda de la verdad y de la realización como pueblo sea nuestro propio «sistema» de comportamiento.