A media tarde ya estabas preparado para presenciar la cabalgata de los Reyes Magos aunque a esas horas, según decía la radio, desfilaban por las calles de Madrid. Pero como sus caballos eran magníficos y rápidos seguro que a las ocho estarían en el paseo de Cánovas. Y estaban.

El Rey blanco te sonreía y parecía que te conocía. Probablemente lo que conocía eran tus posaderas pues se trataba de Asunción, un practicante muy popular. Terminada la cabalgata, seguías hablando de los Reyes y de sus pajes, de sus cabalgaduras y sus camiones llenos de regalos. Entre ellos el tuyo. Que entonces sí que era una sorpresa, porque tu podías pedir lo que te diera la gana pero los Reyes sabían mucho y te regalaban lo que necesitabas. Y a dormirse pronto porque si te veían despierto no te dejaban nada. No era necesario el despertador. Saltabas de la cama y allí estaba. ¡El coche pulga!. Es que corría solo. Bueno, sin cuerda pero frotándolo contra el suelo. Y cómo corría. No podía faltar la arquitectura.

Luego te dirigías a la escuela pues también allí llegaban los Reyes y hasta creo que cantaban el Cara al sol. Un camión de madera, un coche de hojalata, un plumier, un paquete de pinturas Alpino ... Y a la catequesis. Parecía una contradicción pero en la iglesia no dejaban regalos. Si acaso un vale para recoger un abrigo o una manta y una estampa de colorines.

La plaza y Cánovas se llenaban de niños estrenando juguetes. Y rompiéndolos. Lo malo era que a los dos días comenzaba la escuela y no se sabe por qué desaparecían los juguetes. Y es que las madres eran muy previsoras, los guardaban y a veces los reservaban hasta el año siguiente, que aparecían pintados con otro color y si eran muñecas con otro vestido. Y tú tan contento.