Miguel E. S., placentino de 33 años, puede presumir de haber vivido en sus propias carnes la experiencia de trabajar en un 906. "Me enteré por un anuncio en el que solicitaban teleoperadores para una importante compañía de telecomunicaciones en Madrid", explica. Pero la oferta era bien distinta.

Cuando llegó a la entrevista en la madrileña calle del Carmen, encontró un local en el que había 50 pupitres con un teléfono en cada uno. "Me dijeron que era una línea erótica para gays ", asegura. Su sueldo dependería del tiempo que mantuviese a los clientes enganchados al teléfono. Por una hora de conversación, sin que importara el número de interlocutores, cobraba 6 euros (1.000 pesetas). Una segunda opción le ofrecía la posibilidad de instalar una línea telefónica en su propia casa, desde la que recibir, durante día y noche, las llamadas. "Sólo me daban de descanso el martes por la tarde", afirma.

ENGANCHAR AL CLIENTE

El manual de estilo era bien claro: "Me dijeron que, a partir de entonces, mi nombre sería Darío. Debía tener una voz agradable y ser lo más amable posible", recuerda. Miguel no sabía ni de dónde procedían las llamadas ni el coste por cada una. "La misión era incitar al cliente para tenerlo el mayor tiempo al teléfono". Su primera experiencia fue frustrante. Una voz de hombre le saludó y, a continuación, comenzó a insultarle. "Creo que fue una trampa para medir mi capacidad de aguante", subraya.

El operador recuerda también de aquel momento las continuas referencias sexuales del comunicante y que los cuatro minutos que estuvo al teléfono se le hicieron eternos: "Decidí marcharme del lugar porque atacaban mi dignidad", dice mientras lee un anuncio con el mismo reclamo que atendió.