En estos días pone fin a su etapa profesional Pedro Bravo. Tras 38 años de vida dedicados a la enseñanza en el colegio San Antonio de Padua de Cáceres, el que fue profesor de Matemáticas y Física de centenares de alumnos, cuelga las batas’.

Es fácil pasear un día por Cáceres con papá y que alguien se acerque y le pregunte: «Hola don Pedro, ¿se acuerda usted de mí?». Desde pequeñas siempre acostumbramos a escuchar la misma respuesta: «por supuesto, doña Fulanita de tal, de la promoción cual» y en ocasiones, incluso, «hija de Menganito de tal, que también fue alumno mío». Aunque hemos de reconocer que al profesor menudito de gran bigote y pelazo ya le han cubierto las canas los pocos pelos que le van quedando, le han florecido algunas arrugas y ha sumado algún que otro kilito, que acompañan al consecuente flaqueo de memoria.

A don Pedro era fácil distinguirle por los pasillos, andando siempre muy rápido, con una bata blanca como uniforme y una sonrisa permanente escoltando a unos ojos verdes brillantes que dejaban clara su pasión y amor por su profesión. Y es que, si todas las personas tenemos una misión en este mundo, la suya es muy clara: además de enseñar todo lo que sabe, que no es poco, nuestro padre ha nacido y vivido para aprender. Cualquiera que haya tratado con él estará de acuerdo con nosotras en que es una persona considerablemente culta, un apasionado del saber, curioso y con muchas más inquietudes que las que una sola vida no basta para resolver, ya sea sobre su eternamente amada Ciencia (que nos perdone mamá) o sobre muchas otras disciplinas también del ámbito de las Letras. Además, ha sabido trasladarnos la afición por el deporte, especialmente el baloncesto, deporte del colegio, con el que ha colaborado durante muchos años. Pero sin duda la virtud que le hace único es su entusiasmo por transmitir generosamente todos sus conocimientos en forma de derivadas, matrices y fórmulas para hacer viajar en el tiempo a los cientos de alumnos que crecieron tanto en el antiguo colegio situado en la calle Margallo, como en el nuevo colegio San Antonio, a aquellos que le recuerdan por sus clases particulares y también en forma de curiosidades y chascarrillos a todas las personas de su alrededor.

Nuestro padre ha sabido ir resolviendo con firmeza las incógnitas que la vida le tenía preparadas y no nos referimos solo a las x e y que escribía y borraba en la pizarra con la misma velocidad asombrosa con la que funciona su cabeza. Todo ese algoritmo resuelto le ha convertido en el hombre que es ahora: fuerte, pero con una sensibilidad muy especial que solo los más cercanos alcanzamos a comprender.

Lo que nos ha animado a dedicarle unas líneas públicas a modo de homenaje ha sido el cariño que hemos percibido (y recibido) durante todos estos años, en forma de respeto y, en muchos casos, de admiración por parte de sus antiguos alumnos y compañeros. Por ello queremos que sirva de agradecimiento a todas esas personas, y en especial a los trabajadores del colegio San Antonio de Padua, algunos ya retirados y otros lamentablemente fallecidos, que han influido en él, tanto en su vida profesional como personal.

Pero sobre todo queremos darle las gracias a él, ytambién a nuestra madre, puesto que la educación que hemos recibido nos ha convertido en las mujeres que somos ahora. En estos días te jubilas con la cabeza bien alta, con el orgullo de haber ejercido tu profesión de una manera ejemplar y con la tranquilidad de haber educado, enseñado y, sobre todo, aprendido. No olviden nunca que la educación es el arma más poderosa del mundo. Gracias, don Pedro. Gracias, papá.