Son casi las doce y media de la mañana del pasado miércoles en un lugar escondido de la parte antigua cacereña. En el comedor social La Milagrosa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl todo está preparado para recibir a los transeúntes que a diario, incluidos los fines de semana, acuden a alimentarse derivados por las parroquias, el centro de Cáritas y los trabajadores sociales.

Un largo pasillo, con entrada por la calle Adarve del Cristo, comunica con las instalaciones donde huele a cocina. Todo está impecable. Mesas, sillas y bandejas metálicas en las que hoy se servirá un suculento menú: espaguetis, pescado frito, boquerones y fruta. Tampoco faltan el pan del día y un cafelito con galletas. Sor Isabel, una de las monjas que atiende el comedor, va vestida de blanco, al igual que el resto de las 16 hermanas de esta congregación religiosa que abrió hace 18 años un servicio social único en la ciudad. "Damos de comer al hambriento y de beber al sediento", dice parafraseando el evangelio.

A su lado, voluntarios y trabajadoras de la cocina se afanan en que no falte de nada. Es la hora. Por la entrada empieza a desfilar un peculiar mosaico humano, personas anónimas que, en silencio, se sientan en grupos, por parejas o por separado. El perfil es muy variado, explica la superiora sor María Luisa, "desde personas que han estado en la cárcel, en la droga o están desintoxicándose". También hay familias sin recursos, inmigrantes y mujeres de diferentes edades. "Cada vez viene más gente y más joven", destaca María Luisa. Todos, con la dignidad de saber lo que reciben a cambio de nada, son atendidos en las mesas por monjas y voluntarios.

Una experiencia real

Una media de 50 personas pasan cada día por este rincón al que acude Paco, vecino de la cercana calle Tenerías. Es un tipo que reconoce sus 40 años y la dureza de estar sin trabajo. Perfectamente aseado, cuenta su historia: "Me quedé sin trabajo y no tengo ingresos. Se me acabó el paro y, si no fuera por las monjas, no sabría cómo comer", asegura.

Mientras saborea la pasta, deja claro que ellas no se meten en su vida. "Son mi salvación", responde al ser cuestionado sobre el servicio del comedor. Paco le pide al periodista durante el almuerzo que no olvide que quiere trabajar y ser peón de albañil. No rehúsa las fotografías porque, dice, "no tengo que esconderme de nada".

Muy cerca de él, y cuando ya ha empezado la recogida de bandejas, dos policías locales de la Unidad de Mediación Social observan discretamente en el pasillo lo que ocurre en el interior. Vienen a diario y aseguran que nunca hay problemas porque, entre las reglas, no está permitido el alcohol. Sor María Luisa refrenda esta afirmación al recordar que nunca han sufrido agresiones de los transeúntes. El flujo es constante. Los hay fijos y otros que vienen, regresan y luego desaparecen.

En apenas veinte minutos el comedor casi se ha vaciado. Quedan todavía algunas mesas ocupadas. Un joven moreno, de aspecto desmejorado, ha terminado de comer. Tras el saludo, afirma que las monjas "le tratan fenomenal". Un compañero sentado a su lado asiente al asegurar que la comida es de calidad y variada. "Son como nuestras madres", bromea.

Su testimonio es el mejor ejemplo de la impagable labor de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Una tarea callada que, aunque silenciosa, brilla con fuerza y estadísticas: 14.762 personas pasaron por el comedor en el año 2004. Un servicio que no cae del cielo y que tuvo un coste de 68.658 euros (11,4 millones de las antiguas pesetas), según datos de la superiora. La ayuda municipal, rubricada hace unos días, es de 12.000 euros. El resto, dice sor María Luisa, sale de los bolsillos de la congregación.

Una cobertura social que no se queda sólo en la comida. Las monjas ofrecen también servicios de ducha y de ropa, que clasifican ellas mismas entre las donaciones que llegan de fuera. Paco acaba de cerrar su mochila con un bocadillo para la noche que, igual que el resto, recibe a diario. Mañana volverá de nuevo para dar valor a un trabajo que va más allá de llenar los estómagos.