Resulta evidente que la existencia de la denominada Ribera del Marco, ha sido un hecho trascendental para la existencia de la propia villa cacereña y un aliciente importante para su economía local, desde la antigüedad hasta el tiempo presente. En las inmediaciones de este cauce encontramos desde yacimientos prehistóricos, como Maltravieso, hasta los restos del antiguo campamento romano de Castra Caecilia, sin olvidar el propio casco urbano cacereño, así como una arcaica red de canalizaciones que servían para facilitar el trabajo de molinos, batanes, curtidos o huertas que han estado presentes en la evolución social y económica de la ciudad durante siglos.

Para mantener la actividad económica en las márgenes del pequeño rio cacereño, se habían dictado en 1494 las Ordenanzas del Agua de la Ribera, que establecían las condiciones de uso del agua, tanto para los hortelanos como para las industrias que la necesitaban, especialmente molineros, curtidores o tintoreros . Por esta causa, cada año, se procedía al denominado ‘Repartimiento del agua de la Ribera’, un impuesto que debían pagar los beneficiarios de huertas e industrias para el mantenimiento del cauce y de sus infraestructuras básicas. A través de estos documentos conocemos quienes eran los propietarios de las diferentes huertas o molinos y como eran conocidos esos lugares por los cacereños de antaño.

En el repartimiento del agua de 1750, encontramos los nombres de todos los propietarios y arrendatarios de las huertas de la Ribera. Lo primero que sale de ojo cuando revisamos la documentación histórica, es que la mayor parte de las mejores huertas y molinos eran propiedad tanto del clero como de la nobleza local. Miguel de Figueroa, Pedro y Pablo Monroy, Alonso Golfín, José Mayoralgo o Francisco Ulloa, son parte de las familias linajudas de la villa que cuentan con diferentes posesiones en el cauce de la Ribera. Huertas que son explotadas en régimen de arrendamiento por hortelanos locales. En cuanto al clero, entre los propietarios aparecen los conventos de San Pablo, Santa Clara, Santa María de Jesús o Santo Domingo, así como otras instituciones religiosas, como el cura beneficiario de la iglesia de Santa María que poseía dos huertas o la cofradía del Sancti Espíritu. La toponimia de la propia ribera nos guía en este sentido, así encontramos la huerta del Conde, del Vicario, la del Cabildo, la de las Monjas o diferentes huertas con el nombre de los Frailes.

En lo que respecta a las huertas que eran explotadas directamente por sus propietarios, encontramos los nombres autóctonos de ellas; la huerta del Bizcochero, la de la Ora, Valdemoro, el Parral, la Merced, el Águila o los Perales. También conocemos los nombres sus propietarios en 1750; Juan Chaviano, Pedro Galindo, Joaquín Morado, Pedro El Arroyano, o Juan Rebollo. En algunos casos sabemos que al presente hay descendientes de estas familias que siguen labrando las viejas huertas de la ribera. Asimismo sabemos quiénes eran los propietarios de otras industrias como los tintoreros o los traperos, donde aparecen Domingo Huertas, Ana Román o Bernardo Guerra entre los dedicados al tinte y Ana la Bolaña, Julio el Ronco o la viuda de Julio Andrés como traperos o ropavejeros. Gentes de esta ciudad que con su trabajo mantuvieron viva esta parte del Cáceres histórico que no debe perder ni su paisaje, ni su pasado.