Además de los barreneros, el trabajo más arriesgado corría por cuenta de los entibadores: "Cuando el terreno era peligroso teníamos que ir por delante de todos los demás". Así lo explica Antonio Madrileño, que ha pasado 17 de sus 84 años en la mina haciendo diversas tareas, ninguna de ellas segura. Nacido en Torremocha en 1923, también entró en el yacimiento a los 18 años atraído por los sueldos, "aunque la empresa nos descontaba hasta los 25 céntimos del carburo con el que nos alumbrábamos".

Vivir de la mina era como hacerlo sobre la cuerda floja, pero Antonio tuvo siete hijos y el salario estaba asegurado, por eso aguantó tantos años. "Cuando salía del pozo seguía trabajando en una cantera por 4 pesetas", relata. Entró en el yacimiento de peón y ascendió a ayudante barrenero, un destino fatal que casi aseguraba la silicosis. "Murieron muchísimos barreneros", reconoce. Tuvo suerte y el facultativo le destinó de ayudante de entibador. "Llegué a ser maestro del oficio. Teníamos que entrar donde el terreno estaba descompuesto y asegurarlo para que pudieran trabajar peones y barreneros. Si había mineral, había que hacerlo. En algunas fallas nos caía encima el agua a cántaros".

Sin embargo, Antonio era listo y prevenido, por eso hoy lo cuenta. "Siempre miraba bien el terreno antes de empezar a entibar. Y aunque nos mandaban con los barreneros, sabíamos cuando hacer nuestro trabajo, aprovechando sus paradas, para evitar la silicosis", desvela.

Las galerías se cerraron y fue enviado a la fábrica de ácidos. "También era un sitio peligroso: trabajábamos sin guantes con aquel humo que debía ser tóxico". Después llegaron los despidos y las indemnizaciones voluntarias, y Antonio se marchó con su familia a trabajar a Madrid, donde se empleó en el diario Ya como repartidor. Hace veinte años, al igual que sus compañeros, quiso afincarse en Aldea Moret: "Las cosas claras: ésta es mi tierra y siempre nos ha tirado muchísimo".