Quizá no quede ninguno de los trescientos sesenta y cinco del año libre. El interés por dedicar un día a alguna realidad más o menos importante, ha hecho que proliferen «jornadas o días» de todo tipo. Pienso que nos está mal, porque te recuerda algo a lo que quizá nos des importancia y la tiene. Pero si estaría muy mal, si lo que se intenta concienciar se tuviera presente solo ese día y no todos los días del año.

El 7 de octubre pasado, la Iglesia de España y a Iglesia Diocesana de Coria-Cáceres a través de la Delegación de Pastoral Obrera ha preparado este curso de una forma especial la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Concentración en la Plaza Mayor, lectura del manifiesto del día y celebración de la Eucaristía.

Los historiadores dicen que la clase obrera fue la primera gran «clase» perdida por la Iglesia con la revolución industrial del XVIII y sus consecuencias en el XIX, ese dato está ahí, aunque hay que reconocer que las encíclicas papales, el trabajo de personas concretas y de organizaciones eclesiales los siglos XIX y XX, han dado origen a lo que conocemos como Doctrina Social de la Iglesia, donde se recoge lo que piensa la Iglesia sobre la cuestión.

El manifiesto leído ese día dice cosas que suenan muy bien: garantizar un salario mínimo vital, libertad de asociación sindical, la participación de quienes trabajan en los asuntos de la empresa, el respeto de la negociación colectiva, el respeto de los convenios, la igualdad de trato entre las personas, la salud y seguridad en el trabajo… la protección contra el despido, el acceso a la formación y el aprendizaje permanente y el equilibrio entre la vida privada y la vida laboral.

Pero la Iglesia no se conforma con leer manifiestos, ni con celebrar eucaristías para pedir y presentar al Señor el problema que ya conoce, sino que eso, ¡que lo tiene que hacer!, la obliga a denunciar los casos que conozca, pero sobre todo la obliga a empezar para que en los sitios de los que ella es responsable y donde hay trabajadores, se cumplan esas exigencias: Obispados, parroquias, organizaciones eclesiales, residencias de ancianos, colegios de enseñanza.

Esta es la consecuencia de pedir cosas a Dios, porque si tú no haces lo que dices, estás retratado, porque él lo conoce todo.