Imaginemos un lugar en el que no hubiera que celebrar el Día de la Mujer; imaginemos ciudades y regiones en las que no existan sociedades anacrónicas en las que se prohíbe el acceso a las mujeres (como cuando Karen Blixen brindaba «por la cándida adolescencia») por el irremediable hecho de serlo; imaginemos puestos de trabajo en los que el salario no se calcula en función del sexo, sino del trabajo efectivamente realizado; pensemos en situaciones en las que la inteligencia, la preparación y la formación sean el único mérito para conseguir una ocupación, el desempeño de un cargo representativo o cualquier otro reconocimiento social.

En estos días, en los que «celebramos» el ochenta y cinco aniversario del derecho al sufragio femenino en España, viene bien echar un vistazo por los alrededores para ver cómo está el asunto en cuestión, para declarar si hemos avanzado lo suficiente. No sé qué pensará usted, pero yo tengo la sensación de que queda mucho por hacer, de que ninguna de las situaciones imaginadas más arriba --además de otras muchas que, a buen seguro, tiene usted en su retina-- están normalizadas hoy en día. Eso sí, nos volvemos locos hablando de ciudadanía, de la gente, del pueblo y de no sé cuántos conceptos más políticamente aprovechables con tal de evitar los más urgentes, los que son básicos para avanzar en el resto. Y usted me dirá que la solución no es sencilla, que es necesario modificar costumbres, que «esto no se arregla solo con leyes». Y, sin embargo, tengo para mí que no podemos esperar más para que la igualdad efectiva, sin distinción de sexo ni de orientación sexual, se reconozca en todos los ámbitos de nuestra sociedad, y en la práctica, no solo en los mítines o en periodo electoral.

Por eso, cuando vemos fotos de consejos de administración públicos o privados, de mandamases de partidos políticos, de delegados sindicales, o incluso de representantes masculinos en sectores (sanidad, justicia, educación) formados mayoritariamente por mujeres, uno se plantea si realmente hemos avanzado lo necesario o si, en verdad, no avanzamos más porque el freno de mano sigue echado. Yo lo tengo claro. ¿Y usted? H