Llegaron en zodiac a las playas de Cádiz y tuvieron a sus hijos en Guadalajara. Joy Rufus, de 22 años, y Blessing Luis, de 24, ambas nigerianas, viven ahora en Cáceres acogidas por la Asociación Católica Española de Servicios a la Juventud Femenina (Acisf). Ambas forman parte de la maraña de inmigrantes invisibles que se han quedado fuera del proceso extraordinario de regularización abierto por el Gobierno y que se cerró el pasado 7 de mayo.

Joy y Blessing reconocen haberlo intentado, pero la imposibilidad de conseguir un contrato de trabajo ha frenado sus ilusiones. Aseguran tener todos sus papeles en regla, aunque les falta lo más importante: Alguien que les dé la oportunidad de un empleo. "Hemos buscado pero no encontramos nada", aciertan a decir en un castellano aún por depurar.

Joy es bajita, de tez negra, y con sobrepeso. Blessing tiene los ojos muy grandes, con un pañuelo para sujetar su pelo rizado. En sus miradas hay una pregunta con una respuesta aún por encontrar: "¿Puede ayudarnos a conseguir papeles?", piden al periodista.

Una adaptación difícil

Sus historias podrían pasar desapercibidas entre el colectivo cacereño de inmigrantes de no ser por su empeño en continuar luchando a pesar de los obstáculos. "Queremos seguir aquí", aseguran. Entonces recuerdan su travesía por el mar para llegar a España hace ahora diez meses y responden que ya no volverían a Nigeria "porque no hay trabajo ni dinero".

Joy y Blessing lo intentaron en Guadalajara y vinieron a Cáceres ante la imposibilidad de conseguir recursos económicos. "No tengo dinero para piso y Cáceres es ayuda", señala la primera de ellas con dificultad. Mientras llega una oportunidad, su tiempo vital en la ciudad está repartido entre el cuidado a sus niños, de seis y siete meses, y las clases para aprender español. Joy y Blessing no han tenido la misma suerte que otras de sus compañeras extranjeras que sí han podido lograr un trabajo y así regularizar su situación en la capital. A pesar de ello, no han querido tirar la toalla.

Pero su estancia en Cáceres tiene fecha de caducidad. Una de ellas asegura que su familia tendrá que pagar en Nigeria para que pueda continuar en el país. Joy agacha entonces la cabeza y resopla para mostrar el cansancio ante una situación sin salida. Ambas son la cara cruel de un proceso para hacer florecer la economía sumergida que ni siquiera les ha dado la opción de probar qué es trabajar.

Joy y Blessing no forman parte de los 1.334 inmigrantes que han presentado sus papeles en la provincia de Cáceres. 1.187 han recibido luz verde a sus solicitudes. Otros 135 esperan una resolución y 12 han sido rechazados por no cumplir todos los requisitos. Ellas no saben todavía qué es eso.