El público abandona el patio de butacas del Auditorio antes de que el sorteo de las primeras 237 viviendas del Plan 60.000 finalice. Pasan unos minutos de la una de la tarde de ayer y en la cara de muchos parece que su equipo acaba de perder el partido. Pero sobre el escenario, en cuatro bombos para el reparto, se ha decidido algo más. La expectación ha ido remitiendo desde que antes de las doce más de 2.300 personas accedieran al edificio cultural. No ha habido gritos, pocos de alegría y ninguno de queja, durante el acto, más parecido al telecupón, con cuatro jóvenes --dos chicos y dos chicas-- vestidos con un elegante uniforme, que han ido mostrando las bolas que caían, según promoción y grupo, desde los bombos transparentes ante la mirada de los espectadores y de la mesa con el notario.

Angel Tena, parado de 28 años, espera dentro del recinto. Vive de alquiler, paga 300 euros, y en su cara se refleja el enfado porque dice que no se cumplen los requisitos. "Hay gente que está con su pareja los dos en lista. Yo, con la mía, tengo un número nada más", explica. Critica el procedimiento de adjudicar las viviendas porque, dice, "no lo veo como el Sorteo del Niño. Están jugando con nuestra vida. Yo no quiero una propiedad sino dormir debajo de un techo".

Menos opciones

El joven no está de acuerdo con que se siga el orden correlativo del número del bombo: "Cuándo alguien falte, ¿qué pasa? ¿van a ir los siguientes? No tengo las mismas posibilidades si me dan el quinientos y pico y ha salido el ochenta. ¿Ahora qué hago? Si ocupo una casa me echan y si hago una chabola me la tiran". Su novia, Pilar Gutiérrez, de 27 años, triste, cree que ha llegado el momento de irse de Cáceres.

En el vestíbulo, donde se empiezan a repartirse abrazos entre los afortunados, el ambiente es distinto. Solo el 10% de los asistentes han logrado el sueño de una casa por la que pagarán 64.272 euros. La ilusión de cada día, como un cupón, se ha esfumado para el resto.