En repetidos momentos he traído a algunos espacios y columnas de mis "Observaciones" viejos recuerdos infantiles de nuestra educación religiosa escolar, cuando teníamos que saber el "Catecismo del Padre Astete" punto por punto, de memoria, si no queríamos pasar el "recreo" de rodillas, junto a la pared de la clase, o copiando veinte veces los párrafos y normas no memorizados "de carrerilla" en la clase de religión. Sistema didáctico que desencadenó más odios que aprecios hacia la doctrina cristiana.

Curiosa manera de hacer a los niños más religiosos y amantes de la fe; pero que me permite ahora comparar y sopesar lo que entonces nos hacían aprender y lo que era --y sigue siendo-- la triste realidad, la desesperante verdad del mundo en el que vivimos; distinto y distante del que se nos enseñaba.

Uno de aquellos dogmas de fe que nos obligaban a aprender y recitar, mecánicamente, como si fuéramos un "pendrive" rubito y de aspecto inocentón, fue aquello de que: "En el sexto día, Dios creó al Hombre a su imagen y semejanza". Afirmación simbólica y desafortunada --incluida en el "Génesis"-- que resultaba muy problemática en cuanto a su aceptación por el sentido común de los propios niños; y hasta ofensiva para el Ser Supremo, al que se calificaba en el propio Catecismo como: "Infinitamente bueno, sabio, justo, poderoso, principio y fin de todas las cosas". Cualidades todas que están muy lejos de ser atribuibles --incluso en grados mucho menores que la "infinitud"-- a los miembros de la especie humana.

Nada más hay que abrir un periódico o escuchar las noticias de alguna emisora o ver los reportajes de los programas televisivos de actualidad, para darnos cuenta de lo lejos que están los hombres de ser buenos, justos, sabios, poderosos; ni siquiera a un nivel "regular" o "medianejo". Muy al contrario: la inmensa mayoría de los pueblos, naciones y colectivos que hoy malviven sobre la superficie de este martirizado planeta, podrían ser juzgados y condenados por sus notables violaciones de los derechos humanos de los demás; por su odio, racismo, intolerancia y revanchismo contra sus prójimos o correligionarios; incluso contra sus semejantes, convecinos y compatriotas.

¿Podemos hoy pensar --viendo los bombardeos, asesinatos civiles, furia vengativa y falta de compasión que el pueblo de Israel perpetra contra los palestinos-- que ni siquiera el "Pueblo de Dios" sea semejante a su Creador?

Lo mismo podríamos decir de la santa voluntad de Alá, cuando se ve a los musulmanes asesinando a sus propios correligionarios en atentados terroristas, en combates sangrientos y en venganzas inmisericordes sobre los que han faltado --aunque sea levemente-- contra los preceptos de la "sharia". Por eso, un niño sirio con la cara ensangrentada, y a punto de ser asesinado por sus compatriotas, ha prometido que cuando llegue al paraíso se lo va a contar todo a Dios, o a Alá, o a Y veh, o a Elohim, para que sea consciente --si es que aún no se ha dado cuenta-- de la enorme torpeza y maldad de sus "semejantes".