Seguimos nuestro camino, Vía Lata adelante, hasta llegar a las inmediaciones de la antigua Ermita del Espíritu Santo. Antes de entrar, reparamos un segundo en el hermoso crucero granítico que se sitúa en la Plaza. La cruz latina descansa sobre una columna toscana y, ésta, sobre un plinto moldurado que reposa sobre cuatro gradas decrecientes en altura, pareciendo la superior, mucho más antigua que las inferiores. Sabemos que los cruceros se situaban en las encrucijadas, como límites o simplemente, poseían valor devocional en las cercanías de un lugar sacro. Puede que éste sea el que se situó en el Cementerio del Espíritu Santo, o incluso, el que estaba en el Humilladero, en los Pilares. Ya sabemos de otros traslados de cruceros en Cáceres, el de San Juan se fue a San Blas y el del Cementerio de Santa María a Santa Clara.

En la misma plazuela la antigua Ermita, hoy Parroquia, del Espíritu Santo. Mucho se ha dicho y escrito sobre ella y su supuesto origen templario que yo encuentro descabellado. Poquísimo sabemos del dominio portugués, en la primera conquista leonesa, Fernando II da la plaza a los Fratres y en la definitiva, Alfonso IX convierte a Cáceres en Villa de realengo. ¿Qué sentido tiene, pues, un templo ligado a una orden militar? Más bien, ninguno. Cierto es que los templarios y Cáceres tuvieron pleitos sobre sus límites, no en vano los del Temple poseyeron la encomienda de Alconétar, que más tarde acabaría intengrándose en el condado de Alba de Liste, pero eso ya es otra historia. Los enfrentamientos se dirimieron por una avenencia de 1253 que se conserva en el Archivo Municipal. Pero de ahí a suponer un establecimiento de templarios en Cáceres media un abismo.

Sí es cierto que la antigüedad de la construcción es notable y que algunos de sus elementos constructivos bien podrían remontarla al XIV. El Espíritu Santo posee un encanto único, siendo uno de los escasos testimonios mudéjares que se conservan en Cáceres. Al exterior poquísimo se ha modificado su estructura. Observando fotografías de época se puede observar alguna pequeña modificación, como el añadido del alero sobre moldura de la cubierta. Posee el inevitable pórtico lateral, con cubierta interior lígnea, de cinco arcadas levemente apuntadas, que se sustentan sobre pilares graníticos. La fábrica alterna el mampuesto, el ladrillo y el tapial y, en menor medida, la cantería. La cabecera ochavada es muy hermosa.

Pero es el interior lo sugerente, lo verdaderamente singular es el interior, con sus triples arcos fajones latericios de herradura túmidos, que seccionan horizontalmente la nave del templo, siendo los de la nave central superiores en altura que los laterales. Poseyó una cubierta interna lígnea gótica, que restauró Diego García Maderuelo en 1613, y que fue substituida por la actual en 1953. El presbiterio presenta al interior la misma disposición externa y se cierra con una airosa bóveda de crucería, que es posterior al resto de la construcción, elementos como las ovas decorativas o el arco conopial de acceso a la sacristía nos hablan de una cronología de finales del cuatrocientos. En este sentido hay que tener en cuenta que la Cofradía del Espíritu Santo se funda en 1493 y que ésta haría notables reformas en el templo. No en vano existió una inscripción que hablaba de la reforma de la ermita en 1513 por el mayordomo Fernando Ponce.

La ermita tuvo numerosas vicisitudes, especialmente en el siglo XIX, cuando fue arrasada por los franceses y el Empecinado, convirtiéndose en hospital en varias ocasiones. Por ello, pocas imágenes conserva de las que en ella hubo en su día. María Corredentora, hoy cotitular de su cofradía, es una obra de Venancio Rubio de 1960, el Amarrado, obra de taller vallisoletano, fue donado por Francisco Martín Carrasco a la Cofradía de la Vera Cruz en 1656, con lo que estuvo en San Francisco hasta que ésta trasladó su sede canónica a San Mateo y vino a parar aquí en 1953, cuando la Marquesa de Camarena donó la talla de la misma advocación de Font a aquella cofradía. La Vera Cruz salió perdiendo.

Pero la palma se la lleva el gótico Cristo del Humilladero, que estuvo en la ermita de su advocación hasta 1903 y presidió, durante siglos, las procesiones de la sangre de la Vera Cruz, así llamadas por los regueros que iban dejando en el suelo los penitentes. De grandísima devoción en Cáceres, este Cristo, doloroso, lacerante, ya muerto posee una majestad incomparable, una belleza deliciosa y mística de honduras insondables.

De repente, contemplando la belleza del crucificado pienso que no he dedicado ni una palabra al Espíritu Santo, esa desconocida tercera persona de la Santísima Trinidad, titular del templo. Viene a los labios la secuencia: Veni, pater pauperum, /veni dator munerum, /veni, lumem cordium... Pero callo, porque mucho mejor que hablar al Paráclito es intentar escucharle. No hables, si no puedes superar el silencio. Les espero.