Los filósofos y los profesores de Filosofía, dos dedicaciones que no siempre van unidas, tenemos una rara medida de la importancia de las cosas. Somos muy dados a conceder extremada relevancia a preguntas y respuestas que a la gente normal le traen sin cuidado Llevado por ese prejuicio pretendía yo motivar a mis alumnos para que se interesaran por la naturaleza de los conceptos universales. Por ejemplo, el concepto hermosura. ¿Existe realmente la hermosura en algún sitio?. ¿Es una suposición como aseguraba Ockham, un término lingüístico, una realidad mental basada en la realidad?. Este problema no afecta para nada al euribor, ni al precio de la ´Play´. Pero es mucho más importante que todo ello a nuestro juicio.

Como en cualquier otra clase de la asignatura la cuestión interesaba a una mínima parte del alumnado si bien la mayoría guardaba silencio y parecía atender. Jaime no. Porque Jaime tenía a su lado a Soraya y eso es mucho decir. Sobre todo por los exhuberantes pechos de Soraya, que no encontraban acomodo bajo la ropa y la desbordaban espectacularmente proporcionándole un espectáculo al que nadie, y menos un quinceañero, puede resistirse a contemplar. Además, se arrimaba a él permitiéndole disfrutar del más deseado de los canales y apoyaba sus atributos sobre sus brazos. Y yo tratando de enseñarle a Platón y ofreciéndole la lectura del Mito de la caverna.

Me puse a filosofar: "¿ Cómo hubiera reaccionado yo en el caso de estar en el lugar de Jaime?. ¿A qué ominoso lugar hubiera enviado a los conceptos por muy universales que fueran?". Uno puede competir con el desinterés pero con Soraya y su exuberancia está en clara inferioridad.