Comentando la columna de la semana pasada en la web de este diario, alguien decía que su niña es una de las pocas a las que hoy se les pone el nombre de María de la Montaña . La cuestión del nombre que ponemos a los recién nacidos no es algo baladí sino que tiene que ver con nuestra escala de valores.

En la primera tradición cristiana el nombre del Bautismo sustituía al que tenía la persona (niño o adulto) en su vida anterior, cuando era pagano. Cambiar el nombre era como adquirir una nueva identidad. Es lo que pasa cuando alguien es elegido Papa o profesa en la vida religiosa. En ambos casos suelen elegir el nombre de una persona a quien admiran.

Antiguamente, por lo general, se ponía a los niños el nombre de un santo o de María con alguna advocación de la Virgen especialmente estimada, como podía ser la de la patrona del lugar. Otras veces se elegía el nombre de alguno de los familiares o antepasados a quien se recordaba con cariño.

Hoy en día, aunque la Virgen de la Montaña sigue teniendo un fuerte "tirón" popular como patrona de Cáceres, es evidente que las parejas jóvenes prefieren otros nombres para sus hijos.

En los tiempos actuales la elección de los nombres se explica menos por razones religiosas y ha pasado a ser una cuestión más de las modas. En eso tienen mucho que ver los medios de comunicación.

Curiosamente hay nombres que se ponen de moda porque lo lleva algún famoso, a quien mucha gente tiene como modelo de referencia en ese momento: un cantante, un actor, una modelo- Vienen a ser los nuevos ídolos, las nuevas estrellas. No en vano se les llama "divos" o "divas" (palabras que, en definitiva, aluden a lo divino) y ocupan el lugar de los dioses y de los santos en una sociedad que, por otro lado, presume de irreligiosa.