Inmaculada Cabrera lleva 27 años de misiones en Malawi, un país ubicado al sureste de Africa y considerado como uno de los lugares más pobres del planeta. Pertenece a las hermanas Carmelitas Misioneras y asegura que se fue allí por vocación. Ayer contó su experiencia a EL PERIODICO tras presentar la nueva campaña de Manos Unidas Su mañana es hoy . Asegura que su estancia en Malawi le ha cambiado la vida y que ahora le cuesta acostumbrarse a la lujosa vida de España.

--¿Por qué decidió marcharse?

--Me fui por vocación, pertenezco a las hermanas Carmelitas Misioneras desde 1973. Cuando me fui todos querían marcharse a Sudamérica pero yo desde el principio tuve claro que donde quería ir era a Africa.

--Lleva allí 27 años. ¿A qué se dedica?

--Soy enfermera-comadrona. Trabajé en un hospital en Portugal. Y ahora trabajo en un hospital misionero en Kapiri, financiado por la organización Manos Unidas. Me gusta mucho la maternidad porque cada señora es una caja de sorpresas. La madre africana tiene el título de ser madre, algo que no se da en ningún otro lado.

--¿A qué se refiere?

--A que viven por y para sus hijos. Recuerdo un día que entró una mujer con un estado de parto avanzado y llevaba a su otro hijo colgado a la espalda, llena de bolsas y en la cabeza un capazo. Le dije, señora, ¿dónde está su marido?, y me contestó que estaba aparcando la bicicleta en la que habían venido. Ella, en su estado había venido todo el camino con su otro hijo en brazos y no fue capaz de soltarlo. Tuve que asistirle el parto casi en el pasillo del hospital.

--Y en el hospital debe haber visto cosas terribles...

--Malawi está afectada por la malaria y tiene un índice diario de mortalidad de tres personas. Dos de ellas son niños menores de cinco años. Yo todavía no me he acostumbrado a ver morir a esos niños. El día a día es duro.

--¿Cree que el resto del mundo es consciente de tal problema?

--Manos Unidas se encarga de que se conozca esa realidad. Pero la gente debería saber que de verdad, con un euro al día, en Malawi se hacen milagros. Es uno de los países más pobres del mundo y con ese dinero un niño enfermo puede tratarse y salir adelante.

--¿Le han cambiado la vida estos 27 años?

--Por supuesto. Ahora no estoy mentalizada para vivir en España. Yo tengo aquí a mi familia, pero mi vida está allí. Es extraño pasear por la calle. Me siento rara cuando veo a la gente vestida, los colegios con estructuras perfectas y los hospitales cuidados y bien organizados. Todo es muy diferente.

-- ¿Le merece la pena estar alejada de los suyos?

--Merece la pena porque salvamos a miles de niños al día y ayudamos para que puedan ir a la escuela. Mueren muchos pero miles se salvan. He llorado muchas veces con ellos pero su sonrisa te devuelve a ti la tuya.