Me van a perdonar mis amables lectores - si es que tengo alguno - que hoy vaya a referirme a una impresión personal, altamente irreverente, mediante el título de una conocida novela - de enorme éxito allá por los años ochenta- del notable escritor eslovaco Milán Kundera; que sin duda dejó en todos nosotros el amargo regusto de la frustración, del desengaño, del rechazo hacia todo lo que hasta entonces habíamos creído. Precisamente en una época tensa y delicada en la que la mayoría de los españoles vivíamos con la ilusión del «cambio», de la conquista de una verdadera democracia; después de innumerables frustraciones y desengaños, como les había pasado en su vida sentimental a los protagonistas del entretenido relato.Sin duda, Kundera hubiera preferido escribir un libro de filosofía política, analizando el comportamiento inestable y cambiante de los ciudadanos checos en aquella Europa surrealista de finales del siglo XX. Pero Praga, en los años de la «Guerra Fría» no era el mejor lugar para ensayos liberalizadores, cuando las dictaduras comunistas estaban en los estertores de su permanencia. Cuando en todos estos pequeños países estaban vigentes «leyes mordaza» que impedían la crítica a sus gobiernos. Cuando aplastantes «mayorías absolutas» del Partido gobernante bloqueaban cualquier veleidad de cambio, y se aprovechaban los Parlamentos monolíticos para reinventar normas engañosas de cambio y procesos evanescentes, que ya sabían sus autores que no las iban a cumplir.

¡Cuán leves e inconstantes son los comportamientos humanos¡ ¡Qué falta de firmeza y constancia en las ideas, en los principios morales, en los juramentos solemnes delante de los crucifijos…¡

¡Qué fácil es vencer -que no convencer, como diría Unamuno- a las masas para que olviden las experiencias sufridas en el tiempo inmediato¡. Los engaños continuados, la ineptitud de los altos responsables políticos, la corrupción persistente, apoyada en «clientelas» fijas.

El método es muy simple: Repitamos insistentemente que las malas experiencias de los últimos años se deben a la «herencia recibida» de gestiones anteriores. Mandemos a numerosos «portavoces» - «loritos piadores» y «canarios flauta» - para que repitan en mítines y programas los «argumentarios» y «tópicos» que les hemos imbuido como base del discurso. Pues las mentiras iteradas con insistencia acaban convirtiéndose en verdades para los cerebros más reblandecidos. Y en los momentos críticos, penosos, desesperados, en los que no se ve claro el futuro, es cuando más de reblandecen las convicciones y las verdades que siempre nos guiaron; y se cae con más facilidad en los brazos de embaucadores y trapisondistas, para conquistar el voto con el que conservar los cargos y los «enchufes» que reparte el cacique, de nuevo instalado en su poltrona.

La fidelidad, la honestidad, la preocupación por los desheredados, que figuran en todos los ”decálogos” humanísticos o religiosos, son actitudes livianas y evanescentes ante la presencia del negro monstruo del dinero; fácil de ocultar en “paraísos” remotos, o de repartir en despachos ocultos de quien infecta y corrompe cuanto toca desde el centro del poder con el abuso de la mentira.