THtoy en muchos hogares se está viviendo lo que se podría llamar 'la resaca de los juguetes', transcurrido el primer día en el que se entremezcla emoción, alegría y, a veces, desencanto en muchos niños. Porque no siempre los regalos que desean los pequeños con entusiasmo responden a sus auténticas necesidades.

Recuerdo que cuando era pequeño, los Reyes Magos me trajeron una vaca de juguete, de bella presencia y un colorido estupendo. Una preciosidad. La quería porque me gustaba observar al ganado que periódicamente transitaban por el cordel que cruza mi pueblo. Pero mi vaca era de cartón y, cuando arrimé su hocico para que bebiera, se ablandó de tal manera se convirtió en una enorme pasta inservible. Aquel juguete había sido concebido para ser contemplado y no para que jugara un niño emulando a los mayores.

Situaciones similares he podido ver posteriormente en otros niños durante el tiempo de Navidad y Reyes. Más de uno dejan a un lado un valioso juguete, después de haberlo observado unos minutos, para continuar jugando con la caja que lo envolvía, o lo desarman para ver su interior siendo incapaces de volver a montarlo. La industria del juguete ha incorporando técnicas cada vez más sofisticadas de tal manera que, en muchos casos, buscan más atraer la atención de los adultos, que la utilidad de los niños que son quienes han de usarlo en su juego.

La verdad es que los expertos dan más importancia al juego que a los juguetes. En el juego los juegos los niños aprenden a relacionarse con el mundo exterior, desarrollan su imaginación, imitan a sus coetáneos o a los mayores de su entorno, desarrollan habilidades, interiorizan normas de comportamiento, etc. Nos toca a los adultos facilitarles el espacio y los medios más adecuados para que ello y cualquier objeto puede servir al niño como instrumento en su juego, sin descartar los juguetes fabricados. Pero todo el mundo coincide en que no por ser más numerosos o más tecnificados cumplen mejor su objetivo y que con pocos juguetes y adecuados, el niño juega más y mejor.