Allá por el siglo XVI, la Villa comenzó a crecer por estas zonas y se creó el espacio denominado Barrio Nuevo, nombre que --con avatares históricos y políticos-- ha perdurado en el callejero cacereño. Es necesario decir, sin embargo, que la calle Barrionuevo tenía forma similar a una u , ya que se prolongaba por la, hoy llamada, calle Zurbarán. Para distinguir ambas, a la actual Barrionuevo se la denominaba Barrio Nuevo de Santiago y a Zurbarán, Barrio Nuevo de San Juan, indicando a qué parroquia pertenecía cada una. En cualquier caso, hay que puntualizar, que la adscripción a las parroquias no tenía la rigidez de hoy en día y los feligreses podían optar libremente a qué colación inserirse, independientemente de la localización de sus casas.

En el siglo XVIII, una noble familia procedente de Brozas, comenzó la reforma de las que serían sus casas principales en Cáceres, conocida como casa de Guevara. Fueron sus fundadores el matrimonio formado por Manuel Ladrón de Guevara y Blázquez y Vicenta Josefa Flores de Lizaur y Mendoza. Lo cierto, en cualquier caso, es que la construcción era bastante anterior, puesto que éste fue el solar de los Paniagua, emparentados con los Durán, los Figueroa y los Castro, quienes --incluso-- vincularon estas casas en su mayorazgo. Fue durante algún tiempo sede de la Hacienda, pasando, más tarde, su propiedad a los García-Pelayo, perteneciendo hoy a sus descendientes los Condes de la Sierra de la Camorra: Matilde Durán, persona entrañable y sensible donde las haya, y Juan de Dios Pareja-Obregón, magnífico conversador y fuente inagotable de anécdotas.

Los Flores de Lizaur son una de las familias más antiguas e ilustres de Brozas. Su origen se remonta al matrimonio en 1544 entre dos primos hermanos: Francisco Flores Gutiérrez de Cárdenas y María de Lizaur, hija de Francisco de Lizaur, el conquistador, uno de los primeros extremeños que pasó a América con su paisano y pariente Frey Nicolás de Ovando, primer Gobernador de las Indias, quien también se llevó a Pedro de Ovando, Francisco Pizarro o Hernán Cortés.

Los Lizaur eran de origen navarro y condenados a la endogamia en estas tierras (según me ha referido en más de una ocasión uno de ellos) debido a su norteño rh negativo. María de Lizaur impuso, al fundar mayorazgo en 1574, que el poseedor se apellidara Flores de Lizaur y llevara las armas de su padre, imponiendo que qualquiera que subceda en el vínculo i no hiciere i cumpliere esta condición, pierda el dixo vínculo i pase al siguiente en grado, i ansí se haga siempre jamás . Esta familia tuvo, durante siglos, en su solar de Brozas unas cadenas como símbolo de su derecho de asilo (hoy desaparecidas) y su primogenitura recae en la Condesa de Canilleros. En Brozas fueron poseedores de los palacios de los Mendoza-Escalante y de los Barvo de Jérez, hoy conocido como de los Condes de Sorróndegui.

La casa posee una apariencia realmente sólida al exterior, presentando una acentuada tendencia a la simetría y a la horizontalidad. En ella destacan la gran portada arquitrabada y los notables vanos, adintelados ellos también, rematados por frisos lisos y cornisas superiores. Se alterna la rejería de la planta baja con los balcones del principal, lo que le confiere un aire de serena elegancia y la convierte en uno de los mejores ejemplos de arquitectura setecentista en Cáceres. En el interior es destacable la logia porticada del piso inferior. En el piso principal, se disponen, sobre el frontispicio, dos espectaculares armerías, enmarcadas en sendos alfices, sobre cartelas y timbradas por yelmos afrontados, coronados de penachos de plumas. Las de la izquierda del espectador muestran las armas de los Ladrón de Guevara, las de la derecha son más complejas y muestran cuarteles con las armas de Flores, Lizaur, Gutiérrez y Mendoza.

Las armas de Lizaur son verdaderamente curiosas y merecen algo de atención por su complejidad. El blasonamiento de las mismas sería el siguiente: en campo de plata, un caballero, al natural, clavando una lanza a un jabalí, de su color; perseguido de un lebrel de plata, manchado de sable; sobre un prado de sinople, sobre el que se disponen una fuente, de la que mana agua, y un haya al natural. Como timbre, la cabeza de un oso. Y algunas ramas añaden una orla con cuatro cañones por una victoria sobre los franceses. Como ven, un escudo nada simple y que hace alusión a una vieja historia de una accidentada jornada de caza que quedó, para siempre, plasmada en las armerías de esta familia. Un día de caza, que se preveía tranquilo, se convirtió en algo tan notable que mereció la perpetuidad. De lo inesperado surge lo heroico, lo mítico, lo perdurable. Se requieren fuerzas redobladas para enfrentarse a los peligros, esfuerzos que compensan las heridas de la lucha y el cansancio. El sufrimiento cobra, así, sentido y se labra en piedra berroqueña y en la eterna memoria sin fin.