-Hable de su infancia...

-Me crié en el barrio de San Roque, en Badajoz, un barrio muy humilde, de los más emblemáticos; era un microcosmos dentro de la ciudad. Me acuerdo del Cine Avenida, que ahora es el COC (el Centro de Ocio Contemporáneo), que fue donde me subí por primera vez a un escenario, porque yo estudiaba en los jesuitas y entonces hacíamos musicales como Gospel, Jesucristo Superstar, este tipo de cosas. Fue una infancia muy feliz; recuerdo aquello de no preocuparme de nada, que era lo mejor. La echo de menos.

-El poema más famoso del estadounidense Robert Frost, titulado “El camino no elegido”, cuenta cómo dos caminos se bifurcaban en un bosque. Toda la manada invitaba a escoger uno de ellos, pero el protagonista tomó el menos transitado de los dos y eso fue lo que cambió todo. ¿Le ocurrió a usted lo mismo?

-Absolutamente. Mis padres se empeñaban en que hiciera una carrera, ellos decían: “Haz algo serio”; entendían que el teatro no era serio, y yo pensaba para mis adentros: «Pero si esto es muy serio». Siempre fui rebelde en el colegio, con las normas, con los estudios, con lo establecido. Y era así porque lo sentía, era inherente a mi personalidad. Yo quería hacer lo que me apeteciese, ser feliz, sin pisar a nadie, que fue lo que me inculcaron mis padres. Pero sí, siempre me he sentido diferente a los demás.

-¿Qué fue lo bueno de aquel colegio de los jesuitas?

-Que me abrió las puertas al teatro, eso fue una de las cosas buenas. Otra fue la educación. Mis padres trabajaban, vengo de una familia numerosa de cinco hermanos, y es verdad que en el colegio me inculcaron unos valores que tengo ahí, he bebido de ellos y los he mantenido.

-Presenta estos días “Contra la democracia”, una obra que Esteve Soler escribió en la isla griega de Paros, meses antes de que explotara la indignación en las plazas españolas a través del 15-M, ¿Fue la premonición del hartazgo generalizado de este país?

-Sí. Esteve dice que escribió esta obra observando cómo el capitalismo estaba destruyendo la sociedad y veía en el ciudadano un poso de tristeza en su mirada. Es verdad que el Movimiento 15-M, que es posterior a la obra, empezó a reivindicar este tipo de situaciones. Aspectos que empezaban a germinar luego se han ido sublimando, han ido creciendo y se han acentuado. Hay una capacidad visionaria en la mente prodigiosa de este autor.

-“Contra la democracia” no habla solo de los políticos, también de los ciudadanos... ¿Hemos delegado nuestras responsabilidades o las hemos abandonado?

-Estamos hartos y hemos delegado. No voy a decir que todos los políticos son corruptos, evidentemente, pero hemos delegado mal. Democracia es el poder del pueblo, pero... ¿verdaderamente tenemos los ciudadanos el poder del pueblo, verdaderamente están gobernando aquéllos a los que votamos? Todo se cuestiona en esta vida menos la palabra democracia y creo que la palabra democracia también es cuestionable.

-Esta obra se divide en siete actos. El primero tiene que ver con una araña, y relata cómo un hijo acaba comiéndose a sus padres. No sé cómo ve la generación actual, si es la generación perdida, si el futuro nos devora...

-Tenemos que ser positivos. Aunque esta obra hace una reflexión muy feroz sobre la sociedad actual, sí es verdad que tiene un mensaje positivo, todavía se pueden cambiar las cosas. La generación actual es una generación que lo está pasando muy mal, es un hecho evidente. Más que perdidos, andan desorientados con respecto a qué se puede hacer, y esta obra lo refleja. Sobre esta primera pieza puede haber mil lecturas, es verdad que el hijo acaba devorando a los padres. Tienen un hijo y tienen que alimentarle, y luego van a tener que alimentar a los hijos de sus hijos, y su pensión van a tener que acabar invirtiéndola en todos ellos.

-La segunda escena ahonda en el político corrupto y el pasado. ¿Qué políticos prefiere, los de antes, Adolfo Suárez, Manuel Azaña, Salvador Allende, Nelson Mandela, o los actuales?

-Desde luego los actuales, no. Es un hecho que los actuales no lo están haciendo bien y estamos pagando las consecuencias.

-El tercer fragmento de la obra es el de la especulación. ¿Cree que en este país todos defraudan y que la existencia de una economía sumergida ha puesto freno al motín, a la rebelión del pueblo?

-Por un lado ha frenado la rebelión, pero por otro dicen que con esa economía sumergida se está manteniendo el país, y que todos estamos al corriente de ello. Gracias a la bonanza de antes se pueden mantener muchos ciudadanos, sobrevivir digamos. Evidentemente, si el dinero no entra, se acaba, y esto puede ser mañana. Cuando se acabe, Dios dirá. O sea, puede haber una gran rebelión, una catástrofe social.

-La cuarta parte es el momento más álgido de la obra. Analiza el olvido. ¿Usted cree que alguien se acordará mañana de Pedro Sánchez, exlíder del PSOE?

-Desde luego los coetáneos de él sí nos acordaremos. Esta parte habla del olvido y de la ignorancia, que es todavía peor. El olvido es consustancial a la persona. La información es poder. ¿Estamos bien informados o estamos con una saturación de información, queremos no estar informados?, esto es lo que ocurre en esta pieza; se olvidan qué número viene después del 6, que es una paradoja, es una metáfora de lo que realmente nos está pasando, no sabemos lo que está ocurriendo, lo que se está cociendo de verdad. Y parece que los que tienen el poder prefieren que no lo sepamos, y al final nos acostumbramos.

-Ahora vamos a ver a Pedro Sánchez recorriendo España en coche, ¿quién le parece que tiene la legitimidad, la mayoría o los intereses de unos pocos?

-Bueno, los intereses de unos pocos es lo que hace que Pedro Sánchez pueda permitirse el lujo de ir por ahí recorriendo España y hablando y diciendo qué es lo que ha pasado, qué es lo que ha ocurrido. Pero creo que lo tiene muy difícil porque hay muchísima desconfianza en la política y en estos políticos.

-La quinta parte de la obra se centra en el rechazo. Rechazamos a los refugiados, rechazamos a los homosexuales, a los gitanos, a los feos. ¿Acaso era esto la democracia?

-A los que no son rentables... No, no era esto la democracia, para nada. La democracia se basa en el respeto al ser humano. En el compromiso con el ser humano, en la aceptación, en la tolerancia, y evidentemente vivimos todo lo contrario. Al diferente hay que estigmatizarlo, eliminarlo. Al que hace pensar a los demás hay que eliminarlo, y esto no es la democracia, este es el gran veneno, el virus de esta sociedad.

-La sexta parte es la diferencia, la religión. ¿Qué opina del Papa?

-Está jugando un papel muy interesante en la sociedad de hoy. No hablo de la institución sino de la persona. Creo que es alguien comprometido con el ser humano y con estas diferencias que tenemos por naturaleza. Muchas veces se dice: «Mira este, es que este va contra natura». Y no, por naturaleza el ser humano es diferente. Y en este sentido hay una implicación del Papa.

-La obra termina celebrando con copas las muertes en Irak, ¿estamos siendo devorados mientras callamos?

-Sí, claro. Y eso no es lo grave. Lo grave es que en la obra se juntan dos políticos de distinta época y el discurso -con un siglo de diferencia entre ambos- es el mismo. Y además con el convencimiento de que tienen el poder y de que las cosas no van a cambiar. Esto hace reflexionar al espectador de que es necesario un cambio de concepto.

-¿No le parece la de Gabriel Rufián, el diputado de Esquerra Republicana, una caricatura de la denominada Nueva Izquierda, saldando cuentas con la socialdemocracia?

-Un poco sí. Es un poco farsesco todo. A veces, esos discursos, con el momento que estamos viviendo, se pronuncian para salvarse uno el culo, para salvar uno la imagen cara a la galería, y a veces caemos en este tipo de acciones que a mí me parecen un poco patéticas.

-¿Era la mejor salida para España que gobernara Rajoy?

-Es lo que hemos votado. Tal como estaba el momento había que dejar que alguien gobernara. Él es el que tenía mayoría de votos, que gobierne.

-¿Ha variado su forma de concebir el mundo interpretando este papel?

-Acabo de salir de esta obra, acabamos de parirla, y estoy ávido de las opiniones del espectador, creo que hay un compromiso, aparte de la compañía, también individual. Creo que era necesario poner estos textos en escena, que desde luego no hablan categóricamente de nada sino que lo que hacen es plantear el debate. Y en ese sentido pienso que he ganado en calidad humana, que me he formado un poco más, me siento orgulloso de darle esto a la sociedad en la medida humilde que puedo hacerlo, a través del teatro.

-¿Por qué actúa?

-Porque es mi forma de vida. No solamente porque yo me sienta actor o porque sea mejor o peor que otros actores. Es que cuando decidí dedicarme al teatro, decidí una filosofía de vida, una forma de vida. Es tan inherente a mí, lo llevo tan al lado mío que no concibo mi vida sin estar en un escenario.

-¿No sé si usted llegó incluso a pasar hambre para conseguir su meta, qué travesía se ha visto obligado a recorrer?

-He malvivido siempre en el teatro. Es verdad que en la última década me he estabilizado, desdoblándome en mil personajes, contratando con mil empresas, haciendo encajes de bolillos para llegar a fin de mes y para crear mi propio patrimonio, por decirlo de alguna manera. Es decir, que yo vivo de esto, no holgadamente, me lo tengo que currar (pico y pala) pero tengo una estabilidad económica. Tengo 50 años, pero hasta hace 10 he estado dando tumbos por la vida. Y claro que he pasado hambre, me acuerdo que con el montaje con el que inauguramos esta compañía, Teatro del Noctámbulo, nos fuimos a Lisboa Leandro Rey y yo y comíamos todos los días una bifana, que era un filete en un mollete de pan. Y eso era lo que comíamos todo el día, y llenos de pulgas porque estábamos en una pensión de mala muerte. Esto no fue toda la vida, claro, fueron unos meses, pero unos meses que están ahí y que no se te olvidan. Y cuando he estado en Madrid, he comido paté, fuagrás, latas... es decir, malvivir.

-Pero mereció la pena...

Claro. Y ese peaje lo volvería a pagar.

-Supongo que habrá muchos, pero ¿puede describir cuál es el momento más inolvidable de su carrera?

-Hay muchos momentos inolvidables. Me vienen los premios a la cabeza porque debo reconocer que siempre son la bomba para uno. Y sí, son muy interesantes y son muy bonitos, y hablo del Max porque sí es verdad que lo viví como algo inolvidable, y no por la compañía y no por mi persona, sino por cómo lo vivieron los extremeños, se hicieron receptores de ese premio y lo hicieron suyo, que en realidad era así. El que la gente te felicite, te demuestren lo orgullosos que se sienten de ti... Otro momento inolvidable fue cuando se puso «El hombre almohada» en la sala pequeña del Español durante un mes en Madrid llenando todos los días, cuando El País nos hizo un monográfico sobre nuestra compañía, a la que calificaban de señera y decían que venía pisando fuerte... Hay momentos preciosos. La primera vez que se subió Quico Magariño conmigo a un escenario después de 10 años, fue para mí uno de los momentos más bonitos que he vivido en mi trayectoria. Hay muchísimos: el último ha sido el de una mujer de 60 años que el otro día en Badajoz, al ver la obra, me dijo: «Hijo, la vida misma».

-Claro, porque ustedes los actores tienen la capacidad de transformarse, a veces en héroes que han hecho grandes cosas por la sociedad, y otras en personajes muy viles... Son uno y cientos a la vez...

-Así es. A veces te toca defender personajes que no quieres, que son malvados. En Marco Aurelio hacía de hijo malo malísimo y una señora me dijo: «Lo has hecho maravillosamente bien, pero no te he aplaudido porque me daba vergüenza pensar que alguien tuviera un hijo como tú». Lo bueno de la gente cuando vive una función es que la vive de verdad y para eso tenemos que estar preparados. Y eso es algo que te hace crecer, es el mayor regalo.

-¿Y ahora, conseguido su sueño, qué le dicen sus padres?

-Siguen yendo a verme al teatro. Y ven de todo porque lo mismo hago clásico que contemporáneo feroz. Siempre sacan alguna enseñanza y a la vez son mis mayores críticos.