Al teléfono, Juan Diego no parece tan mayor como aparentan en las fotografías sus 70 años. En gira con la obra La lengua madre , un monólogo escrito por Juan José Millás y dirigido por Emilio Rodríguez que pondrá en escena el próximo sábado en el Gran Teatro (20.30), el actor sevillano afirma que está en su mejor momento.

--De nuevo en Cáceres, ¿cuánto tiempo ha pasado?

--Hace bastante, por lo menos 20 años desde la última visita.

--¿Qué quiere ofrecer al público 'la lengua madre'?

--Soy un profesor de instituto amante de las palabras, conferenciante e inquieto que, de pronto, se pregunta cómo hay tanta gente para escucharle. Se le vienen a la cabeza momentos de la infancia, sus padres, su mundo, aquel que todos tuvimos y que, con la distancia, se nos hace ya lejano, como el único refugio para dormir en las noches de insomnio.

--¿Las palabras valen ahora menos que nunca?

--Lo que hay es una gran información que es desinformación y permite que no haya posibilidad de digerir pensamientos sino eslóganes, como los que ofrecen en el Congreso y la televisión. Es eso del 'y tú más...'. El poder siempre ha necesitado de la manipulación de la información. Mi protagonista reflexiona sobre todo esto con dolor y humor.

--¿Está de vuelta de todo?

--No, nunca porque al final no se va a ninguna parte. Aunque hayas ido a la India o Nueva York, no vale de nada si no has tenido tiempo para conocerte.

--¿Quiere decir que tiene más dudas que certezas?

--Mi única certeza es que los míos son aquellos que sufren, quienes lo pasan mal y, a partir de ahí, tengo todas las dudas de un ser humano. Si no las tienes es que no piensas, sobre todo qué va a ser de ti mañana.

--Está solo en el escenario...

--Es una delicia, una maravilla. No estoy solo, me he creado un coprotagonista que es el público. Jugar mucho en la interlocución con él es fundamental para este monólogo y, de hecho, es lo que más me divierte.

--¿Con qué disfruta, además de con subirse a un escenario?

--Tomar una caña con los amigos, tener tiempo de leer un libro despacio, ¡menudo lujo con la velocidad a la que vamos! o ver a mi hijo, que está contento o tiene problemas en el instituto. Me gusta sentarme y no hacer nada en seis horas, respirar lo justo y pararme un poco. Me divierto muchísimo porque estoy pasando mi mejor momento en el escenario porque soy responsable de todo.