Mi madre, y las amigas de mi madre, y mis colegas de adolescencia, y la mayor parte de los cacereños de toda la vida, cuando recorren la senda de los elefantes, desde Cánovas hasta Pintores, al pasar de Bijou Brigitte , dan la vuelta. Como mucho, se acercan a tomar unos manojos de gambas al Adarve, pero después, un giro y a subir, no vaya a ser que cojan la sarna en la plaza Mayor. La plaza principal de la ciudad feliz parece maldita y se ha convertido en gueto de turistas y militares sin graduación.

¿Por qué razón las plazas mayores de Salamanca, Valladolid o La Coruña son el eje de la vida social y la de Cáceres, la plaza Mayor más grande de Extremadura, parece apestada salvo cuando baja la Virgen, hay procesiones o queman al dragón en San Jorge? El espacio más divertido de Cáceres hasta finales del siglo XX fue la plaza Mayor. En ella se celebraban las corridas de toros y las ferias de mayo. Allí estaban el mercado de abastos y las tiendas mejor abastecidas. Ya en 1449 los judíos Haim, Abraham, Samuel y Alvelia abrían sus tiendas entre la torre del Bujaco y el atrio del Corregidor.

De quita y pon

Alguien argumentará que ese adefesio tan pueblerino de la bandejina le ha quitado encanto, pero lo cierto es que la plaza ha conocido todo tipo de horteradas y caprichos y nunca desertaron de ella los cacereños. En 1842 se colocó la primera bandeja central. En 1931 quitaron la bandeja. En 1937 pusieron otra vez la bandeja. En 1969 la volvieron a quitar y alboreando el siglo XXI la han vuelto a poner. O sea, que la bandeja de quita y pon no tiene nada que ver con el éxito o el fracaso de la plaza.

El ágora de la ciudad feliz se ha llamado plaza Pública, de la Feria, de la Constitución, de la Villa y del General Mola y conoció sus tiempos de esplendor cuando había en ella más comercios que bares y orientaba sus actividades más hacia los cacereños que hacia los turistas.

¿Se acuerdan de la tienda de Durán y sus cajas de arenques, de la del hijo de Saturnino Casares, de los ultramarinos de Ildefonso Rincón y hermanos, de los quioscos de las Jardinas y de Luis Montalbán?

Antiguamente le daban vida a la plaza los portales del pan, de las boticas, del peso, de la harina, del reloj, de la cebada... Después llegaron Giraud el dentista, Jardín el peluquero, el Círculo de Artesanos, el comercio de Terio, la imprenta Jiménez, los tejidos de Víctor García Hernández, la zapatería El Badajocense, la tienda de chocolates de Francisco Calvelo, Singer, El Barato, el café Aragonés, el hotel Europa, el estanco Cilleros...

Estaban la paquetería de Feliciano Modamio, la botica de Castel, los ultramarinos de Javato, las pastelerías La Salmantina de Juan García Herrero e Isa de Vidal Arias González y Catalina Rebollo Solana y la hojalatería de Cuquile, que dejaría su sitio a la imprenta Minerva.

Buena disposición

Pero a medida que cerraban los comercios para convertirse en bares y pubs, la plaza dejó de interesar a los cacereños. Aunque el ayuntamiento actual sea responsable de la tontería de la bandejina y de la falta de energía para acabar de peatonalizar totalmente la plaza, no puede negársele disposición para volver a llenarla de vida.

En primer lugar obligó a los hosteleros a quitar los toldos de colorines y las sillas de plástico, lo que sin duda ha dignificado el lugar. Después ha llevado adelante un plan de limpieza y adecentamiento de fachadas. Pero esas medidas agradaban al turismo sin romper la maldición que espantaba a los cacereños.

El secreto para recuperar la plaza Mayor era devolverle su carácter comercial. Ahí sí que han estado finos concejales y empresarios promoviendo mercadillos de artesanía, antigüedades y segunda mano. La guinda es el mercado navideño que acaba de inaugurarse.

Gracias a mercados y mercadillos, los cacereños fetén parecen descubrir que la plaza no tiene sarna: ya no se dan la vuelta a la altura de los antiguos calzados Martín. Con la nueva iluminación prevista y más anzuelos comerciales, la plaza, una de las más bonitas y singulares de España, puede volver a ser el centro social de la ciudad feliz como en los tiempos del judío Abraham y del hojalatero Cuquile.