Los procesos y proclamas patrióticas de las guerras de Independencia, nacieron se desarrollaron y quedaron obsoletas ya en el siglo XIX; cuando las gestas heroicas de las «Trece Colonias», de la «Gran Colombia», de la «Nueva España» y las demás naciones americanas dieron lugar a aquellas secuencias tan románticas de «Libertad», «Patriotismo» e «Independencia». Que luego se han aprovechado, sobre todo, para hacer películas en «pantalla panorámica», que veíamos embelesados en los años 50.

Todavía, en el siglo XX quedaron numerosas colonias en África y en Asia que declararon su independencia y se separaron de sus antiguas «Metrópolis» apoyándose en resoluciones de la ONU; o mediante acuerdos mutuos con las potencias colonizadoras para que siguieran explotando sus minas, sus cultivos, sus recursos o su petróleo. En definitiva, por motivos bien poco heroicos o «epopéyicos» sobre el nacimiento de las naciones.

A medida que estos recursos se agotaban a causa de la fuerte esquilmación a que eran sometidos por las empresas de las Metrópolis; éstas, en un acto de «generosidad», abandonaban a los habitantes de aquellas colonias, en medio de un marasmo económico, social y política que siempre los llevaba a una interminable guerra civil; cuando no a emigrar masivamente hacia Europa, su antigua dueña; la que los había esquilmado y empobrecido.

Históricamente, creo que los peligrosos «juegos de independencia», en el siglo XXI, ya han terminado. Después de secuencias tan dolorosas como las guerras de independencia yugoslavas, contra el sangriento dominio de Serbia, instaurado a sangre y fuego por el Mariscal Tito. La guerra de Argelia contra el dominio francés y otras muchas que han ensombrecido y dramatizado la historia reciente del Universo, más por razones económicas que por sentimientos patrióticos de sus protagonistas.

La «Independencia», como tal, ya no existe; y es inútil pretender tenerla. Tanto a nivel individual, como en grupos o colectivos sociales, laborales o culturales. Pues todos dependemos -aunque no nos demos cuenta- de influencias, intereses, fuerzas o potencias coercitivas que nos marcan el camino para desarrollar nuestra propia vida.

Las naciones buscan ahora formar grandes coaliciones, federaciones o Uniones - como la Europea - que mejoren los condicionantes económicos, sociales, tecnológicos y políticos de los Estados que se integran en ellos. Por eso resulta pintoresco que casos como los de Quebec, Escocia o Cataluña salten a las primeras páginas de los periódicos para reproducir aquellos discursos tan obsoletos y desfasados, como las soflamas decimonónicas. Soflamas llenas de viejo «romanticismo» nacionalista y de «ardor» republicano, como las que ya se escucharon, a finales del siglo XIX, en boca de Prat de la Riba, empiezan a oírse en los círculos más tradicionalistas y conservadores catalanes, por parte de sus defensores y detractores.

Hoy «jugar a la independencia» es tan absurdo como peligroso; pues da lugar entre los «contendientes» a reavivar sentimientos exclusivistas, de odio, de rechazo, de autoafirmación «separatista» y de sedición armada. Como las repetidas secuencias en las que los catalanes han debido soportar agresiones verbales o asonadas callejeras -de uno y otro lado- cuando no enfrentamientos violentos y dolorosos que siempre dejan como «rescoldo» la ofensa, la herida o el resentimiento de los agredidos y de los agresores.

Ya no es tiempo de juegos ni de epopeyas nacionalistas. Todos somos vecinos de un enorme barrio urbano que se llama «Universo Global», en el que se dirime nuestra propia vida, nuestro equilibrio social y la continuidad de este «paraíso» terrenal que habitamos.